Diego Ríos: «Veremos tan normal que haxa curas casados e mulleres sacerdotisas»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

TRAZO

BASILIO BELLO

Personas con historia | El expárroco de Sofán creó dos asociaciones durante sus años en Carballo y ahora se dedica a confesar a diario en la catedral. «Metín no seminario unha botella de Licor 43», recuerda

01 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«Eu quero ser un crego do montón, cando ese montón sexa de cregos e non de caciques; sexa de cregos e non de funcionarios; sexa de cregos e non de peseteiros; sexa de cregos e non de enterradores; sexa de cregos e non de solteiróns; sexa de cregos e non de comodóns». Diego Ríos Noya (San Xoán de Campo, Trazo, 1934) participaba en unos ejercicios espirituales en la Sierra de Gredos, en 1980. Allí, en la soledad de Arenas de San Pedro, hizo esta reflexión que hoy sigue suscribiendo. Hace 40 que llegó a la parroquia carballesa de Sofán y de ahí salió en el 2006 para jubilarse en Sigüeiro.

Todos los días conduce los 13 kilómetros que lo separan de Santiago para ir a la catedral a confesar peregrinos, en castellano, portugués y gallego. «Aprendo un montón de cousas», dice. También profetiza y entre lo que ve venir este siglo están una serie de cambios importantes en la Iglesia. «Veremos tan normal que haxa curas casados e mulleres sacerdotisas». Del papel de la mujer en la Iglesia recuerda que ya hablaba Concepción Arenal en 1942. «É un beneficio que está perdendo toda a sociedade», dice y una de las razones es puramente estadística. «As familias de agora teñen un fillo e un can. Se é nena non pode ser cura e o can tampouco. Queda moi pouca xente para a Igrexa», dice medio en broma.

Siempre ha sido de aplicar el sentido común en lugar de las normas, «que nin entendín nin cumprín», sobre todo cuando se trataba de las 1.700 del Código de Derecho Canónigo. Una de ellas era la obligación de alumbrar el sagrario con una lamparilla de aceite. En sus primeros años de cura en su parroquia natal no había ni luz ni agua corriente, pero en cuanto llegó la electricidad sustituyó el combustible por una bombillita. «Ao noso señor tamén hai que modernizalo», contestó a los que se sorprendieron o lo criticaron. Tampoco entendió nunca el motivo por el que los manteles de misa «tiñan que ser de liño cando o tergal lava moito mellor», señala.

«Ao noso señor tamén hai que modernizalo»

Esta lógica aplastante la ha mantenido a lo largo de los años y se lo ha planteado a cualquiera. «Teriamos que facer desaparecer as normas e quedarmos só co Evanxeo», le dijo a Rouco Varela en una de sus visitas. Dice que el cardenal emérito no se sorprendió. «É galego e aceptaba todo».

También opinó sin cortapisas sobre la situación del Papa Juan Pablo II en sus últimos años. Fue de los que pedían su jubilación dado su estado de salud e incluso hizo su razonamiento al arzobispo cuando pidió su propio retiro ya desde el año 2000.

Viajes

Probablemente, nadie en Sofán, Artes o Aldemunde, donde fue administrador parroquial, quería su marcha cuando se fue para Sigüeiro.

Hacía solo dos años que estaba en Carballo y ya creó la asociación de vecinos San Salvador, de la que fue presidente durante años y más tarde la de pensionistas, que sigue muy viva, dedicada desde siempre a organizar viajes, entre otras cuestiones. «Parecíame moi ben que a xente saíse da súa casa. No coche cantaban, falaban e contaban contos verdes. A algún tívenlle que dicir que os maduraran un pouco, pero compensábase co ambiente de humor que se creaba». Hace poco, ya estando jubilado, asistió a una charla para sacerdotes en la que el ponente advertía de que los curas no deben ver con malos ojos la creación de entidades, sino que deben formar parte de ellas. Él ya lo había advertido con 40 años de antelación.

«Sempre me pregunto que é o que faría Xesús. Cando vivía non había normas, todo é cuestión de poñerse no lugar dos outros e se o fas podes entender moito as cousas», explica.

«Encargábanme cousas e mesmo metín no seminario unha botella de Licor 43»

Diego Ríos es el menor de tres hermanos. Sus padres eran labradores y en su casa siempre hablaron en gallego. No sabe el motivo por el que fue al seminario. No los había en su familia ni su entorno destacaba por el ambiente estudiantil. Cree que fue su abuela materna la que se quejaba de que teniendo tantos nietos ninguno de ellos fuera sacerdote. El de su parroquia y su maestra, María Quintas, se dieron cuenta de que el joven Diego «valía para estudar» y así fue cómo acabó en Santiago.

El primer año lo hizo por libre, en la Academia España, y allí siguió alojado los otros dos. Esto le dio una libertad de la que no gozaban el resto de sus compañeros, que le pedían recados de la calle. La mayor parte de las veces se trataba de productos diarios que no podían encontrar en el economato, como jabón o algún tipo de pasta de dientes, pero la prohibición de entrar nada de la calle lo convirtió en una especie de contrabandista. «Encargábanme cousas e mesmo metín no seminario unha botella de Licor 43», rememora.

Recuerda, divertido, que alguna vez aplicó una técnica aprendida de un compañero, Víctor Sánchez Lado. Le dijo: «Cando un superior me reprende sen razón en vez de enfadarme ou desgustarme, miro fixamente á cara, observo as súas reaccións e ríome por dentro». «Certifico, por experiencia, que dá moi bo resultado», señala divertido Ríos Noya.

Se ordenó presbítero en agosto de 1960, por Quiroga Palacios, y dio su primera misa en su parroquia de Trazo, a principios de septiembre. Su primer destino fue Marzoa, en Oroso, y después ya solo llevó las iglesias carballesas.