Cuando estábamos vivos

Emilio Sanmamed
Emilio Sanmamed LIJA Y TERCIOPELO

TRAZO

26 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Entre las espigas de maíz, corro. Es lo que más me gusta hacer, aunque algunas (bastantes) se rompan. Trazo senderos llenos de eses por todo el sembrado, persiguiendo a un enemigo invisible. La huerta no es muy grande, pero yo soy tan pequeño que me puedo tumbar ahí y permanecer escondido, si me apetece. Tumbado y húmedo de sol de junio veo pasar a un saltamontes que parece una cebra, veteado por las sombras de las espigas. El saltamontes tiene prisa y salta y salta… ¡con lo bien que se está aquí tirado entre las mazorcas!

Mi padre me llama, ha estado afilando la guadaña, el sol está en el centro del cielo y vamos a almorzar. «¡Has aplastado las espigas!», me dice con reproche en la voz. Sé que mi abuelo solía sacarlo del maíz de una oreja cuando rompía alguna mazorca y lo ponía a limpiar el gallinero, por eso en su tono hay lugar para la indulgencia. A papá de niño también le gustaba correr entre las espigas. ¡Qué triste debe de estar la gente a la que nunca le ha gustado!

A lo lejos veo a Maruxiña, la vaca, dando latigazos con su cola, espero que no mate al saltamontes-cebra por confundirlo con un mosquito. A veces nos mira y abre la boca como queriendo decir: «Está rica esta hierba». Mi padre y yo nos sentamos sobre dos piedras a la sombra de un ciprés, corta embutido con su navaja y me da una loncha por cada tres que él come. «Pareces Maruxiña», le digo y se ríe. El viento mueve las espigas, que ondean lánguidas como el mar de la ría. Ya tengo diez años y me deja darle un trago a la bota de vino. Que mamá no se entere, que mamá no se entere.