Pisando en Tordoia el terreno que albergó un castillo con dos torres

cristóbal ramírez SANTIAGO

TORDOIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Desde arriba, vista completa del castro circular de As Croas, de un centenar de metros de diámetro

28 ene 2023 . Actualizado a las 21:55 h.

Si un día amanece mínimamente claro, ese es el idóneo para salir de casa temprano —aunque no sea necesario madrugar, ni mucho menos— a recorrer las tierras de Trazo. Y es que resulta difícil encontrar leiras y montes más verdes, todo un espectáculo que por sí mismo justifica la escapada, máxime si hay afición a la fotografía.

Pero si se va un poco más allá y se entra en Tordoia, el interés de la excursión aumenta. Dificultad cero excepto que no existe una carretera directa que desde el Obradoiro lleve hasta ahí, y no queda más remedio que dar una vuelta bien por Ponte Albar, bien por Sigüeiro. Ojo al GPS, que mete al aventurero por pistas minúsculas y de firme más que dudoso. Así que el arranque puede ser el desvío que surge en la AC-5903, que une Portomouro con Viaño Pequeño, capital de Trazo. Está señalizado Tordoia, A Tablilla y, en ese color marrón que se emplea para los monumentos, Dolmen de Cabaleiros. Vaya por delante que lo que se extiende delante es una excelente carretera que para sí quisieran por ejemplo los suecos, que en contra de la creencia popular tienen mucho que mejorar en sus vías de comunicación.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

No hay curvas. Insólito, pero no, no hay curvas. La vista puede calificarse con justicia de maravillosa, y parece hasta increíble que un río tan minúsculo como el Chonia Carpio forme un valle tan precioso sobre el que flotan nieblas matinales imprimiéndole un aspecto hasta fantasmagórico.

Esto todavía es Trazo, que se abandona unos metros después de coger un desvío a la izquierda, sin señalizar, pasadas las casas de O Carpio y Os Campos. Antes de plantarse en las viviendas de Vilar se pasa ante una construcción que jamás ganará premio alguno de estética y a la cual bordea un ancho camino. Ahí mismo, ante los ojos del recién llegado, se alzan los murallones de un castro. Ese es el lugar de As Croas, nombre muy propio para un yacimiento arqueológico de este tipo. La entrada ha sido tomada por el barro estos días, solo se puede pasar con botas de montaña impermeables. Desde arriba, vista completa de ese castro circular de un centenar de metros de diámetro.

Cruzando la aldea se llega a una pista que procede tomar a la izquierda, cruzar el Chonia Carpio por el puente Carral y, al comenzar a subir, un cartel invita a desviarse hacia la capilla del Carme da Ermida. Medio kilómetro que parece conducir a otro mundo, sin ruidos, sin cemento, sin nadie a la vista: solo un templo aislado, grande, en el que destaca una trabajada y alta fachada que trae a la mente los tiempos del barroco.

Marcha atrás a la carretera principal y a continuar hasta que en el centro de Tarroeira un cartel invita a elegir la derecha con el fin de llegar a la iglesia parroquial de Santa María de Castenda, construida (¿quizás reconstruida?) en 1812. También aquí destaca su fachada, y sobre todo su torre, muy trabajada.

Lo curioso es que siguiendo un poco más se encuentra un magnífico y muy sólido cruceiro erguido en 1693 y con pousadoiro (necesita una simple mejora de su entorno vegetal, nada complicada). No es eso lo que llama la atención, sino que el campo de atrás alojó en su momento una fortaleza con dos torres de la que nada queda. ¿Sus sillares son los de la actual iglesia?

Quizás echando un vistazo al mapa recomendado surja le tentación de ir hacia esas casas cercanas que se llaman O Castro. Nada hay de interés histórico, porque se levantaron encima de esa aldea construida hace un par de milenios por lo menos. Todo lo más es posible seguir la pista y ver el desnivel que remata en el Rego do Castro, que posiblemente fuese el cierre de ese yacimiento que hoy es un mero recuerdo toponímico.