Las orillas de Vilagudín, en Ordes, Cerceda y Tordoia, piden una ruta para admirar su bello paisaje

Cristóbal Ramírez

TORDOIA

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El recorrido es idóneo para los amigos de la bicicleta de montaña

07 ene 2023 . Actualizado a las 05:05 h.

El de Vilagudín, en Ordes, Cerceda y Tordoia, es otro de esos espacios modificados por el hombre que está infravalorado. Porque es un embalse, así que obra humana, y no consta para el turismo, lo cual, vista la belleza de sus orillas, de su isla y de sus alrededores, resulta simplemente incomprensible. O sobrevuelan razones de fuerza mayor o no se puede entender cómo no se ha diseñado una ruta que lo rodee —algo fácil, visto lo visto— y no se haya promocionado.

En la actualidad, tal y como está, resulta un espacio idóneo para los amigos de la bicicleta de montaña. No hay subidas ni bajadas porque los 200 metros escasos con pendiente no se pueden incluir en esa categoría, la pista —a veces asfaltada, a veces de tierra— es ancha y con buen firme, y el tráfico es nulo en gran parte del trayecto.

Sobre mapa aparecen varias maneras de acercarse hasta allí. Por ejemplo, desde la entrada de Ordes tirando hacia Carballo por la AC-413 y pasado el punto kilométrico 8, en el medio de Xesteda, girando a la izquierda (señalizado Boimil y Espiñeira). La carretera, de notable alto, se convierte a partir de ahí en una pista estrecha, sin señalización, sin irregularidades y generosa en curvas. Es esta una zona alta con grandes paisajes abiertos derrochando infinitas tonalidades de verde, prados aquí, bosques acullá, montañas muy alomadas cerrando el cuadro.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Al llegar a una parada de autobús —eso es Socastro— procede descender por la derecha, bordeando una aldea, para meterse en un bosque de eucaliptos primero y gozar de la compañía de especies autóctonas más adelante. Bien en Xesteda, bien en Socastro y como muy lejos en esa aldea, el coche debe quedar aparcado. Y así, poco después el excursionista se encontrará cruzando el embalse por un pequeño puente que deja a una mano y otra un auténtico bosque que emerge de las aguas. Ese es el punto donde el río Biduído remata su aventura.

Pegándose a la ribera —aunque la pista, que no puede calificarse de agresiva con el entorno, en algún momento se aparta del agua— se acomete la única y minúscula subida y poco después de haber dado pedales dos mil metros desde el puente una gran curva invita a detenerse y a acercarse a la ribera para admirar la isla.

Continuando, 600 metros más adelante aparece un muy corto tramo embarrado, y más en estos días, pero su paso no presenta dificultad alguna. Y así, después de cruzar el puente Castelo (que salva los últimos metros del río Paradela) se alcanza la única aldea que está justo tocando el embalse. Una aldea normal y corriente, como tantas otras de Galicia, pero con una particularidad: esconde la grata sorpresa de la capilla de Santa Susana, un edificio con encanto, con algún adorno en su parte superior y el testero hacia las aguas como no queriendo saber nada de ellas. Muy grato lugar para hacer una parada que debe ser obligatoria.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Mil cuatrocientos metros más allá el excursionista ha llegado al comienzo de la gran presa que frena las aguas. Por el otro lado, abajo, sigue su curso el Paradela. El cruce de esa gran barrera de medio kilómetro de longitud depara, al final, el único punto negro de la jornada: un área recreativa abandonada por completo. Al fondo, la isla sigue valiendo de referencia, y por una larga recta se emprende el tramo final. Existe un sendero que va literalmente pegado a la orilla, pero además de que está prohibido el paso en alguna zona, no es recomendable en esta época de lluvias y terreno muy resbaladizo.

A los 800 metros, desvío a la izquierda por una pista que conduce a las casas de A Brea, antesala de aquella parada de autobús de Socastro y que anuncia el fin del viaje.