Toques esconde sus tesoros históricos en los montes de Bocelo

Cristóbal Ramírez

TOQUES

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El dolmen Forno dos Mouros se ha convertido en punto de encuentro de los aficionados a la arqueología

19 feb 2022 . Actualizado a las 04:50 h.

Son 8.860 metros ahora y era exactamente esa misma cantidad a finales de los 60 del siglo pasado y principios de los 70, cuando los miembros de la Sociedad Histórica, Artística y Arqueológica Dugium, de Ferrol, recorrían la pequeña y entonces agreste sierra de Bocelo en busca de restos arqueológicos, sobre todo mámoas. La diferencia es que hoy pasa cualquiera y en aquellos tiempos el Morris 1.100 había que dejarlo en la parte baja de esos montes que unen Toques con Sobrado dos Monxes. El asfalto tiene sus ventajas, claro está, pero tanta abundancia en unas montañas viejas y por lo tanto bajas y alomadas, con molinos de viento al fondo a la izquierda, no parece lo más recomendable.

En fin, desde el centro de Melide se coge la carretera a Toques (DP-4604) y antes de llegar a la Casa do Concello de este último municipio, en algo parecido a una recta, aparece a la izquierda el desvío que indica que por ahí se va a Sobrado; es la DP-8002. Una carretera lo suficientemente ancha, en buen estado el firme, y con tres tramos: subida sin parar, una recta y bajada sin parar. O sea, lo mismo que gozaban y sufrían los socios de Dugium.

A la vista prados muy verdes y explotaciones de vacuno en el entorno de Santa Uxía, y a su vez esta se halla un par de centenares de metros antes de plantarse ante la iglesia de Santa Eufemia. ¿Qué es ahí lo más relevante? Pues curiosamente el templo, no. El cruceiro y un pesado sarcófago pétreo del siglo XII, sí. El viejo molino de agua de la parte de atrás pasa desapercibido.

Pero resulta imposible no fijarse en el magnífico bosque que se extiende a un lado y otro de la carretera por esas laderas muy empinadas que salvan a toda velocidad algunos arroyos. Más interesante la parte de la derecha.

Y se llega en unos minutos al gran peso pesado del prerrománico gallego: San Antolín de Toques, un monasterio sencillo en un lugar impresionante y, todo hay que decirlo, peligroso en sus alrededores (de hecho un cartel avisa de que el recorrido se debe tomar en serio, y desde luego a los pequeños de la familia no procede dejarlos corretear). Si hubiese suerte y la iglesia estuviese abierta, las pinturas murales harán abrir la boca al visitante. Por cierto que por ahí pasa una ruta de senderismo, la identificada como PGR-259.

La iglesia es de las más antiguas de Galicia, de una sola nave rectangular, y está rodeada de ruinas de edificios. ¿A quién pertenecieron? Pues ahí hubo una fábrica de clavos de propiedad francesa, quizás levantada sobre lo que en su día fueron dependencias monacales.

Ya en la parte alta de los montes de Bocelo, y tras pasar las casas de A Moruxosa, aparece un desvío a la derecha, con señal, que va a conducir a uno de aquellos enclaves que buscaban los aventureros en el siglo pasado: el Forno dos Mouros, un magnífico dolmen de corredor (o sea, que se entra en él por un pasillo o corredor) levantado en ese lugar tan ventoso hace más de cinco milenios, y que ahora tiene como única compañía un grupo de vacas criadas como hay que criar a los animales que van a acabar en el plato: con respeto, al aire libre, sin macrogranjas, y en ello la ganadería gallega —sea dicho de paso— da ejemplo. Añádase que desde ese ejemplo del neolítico la panorámica es simplemente impresionante.

Ese puede ser el punto final a una excursión en la cual contagiarse de covid resulta imposible: el mundo rural se ha despoblado. Pero si el reloj no impone su dictadura, entonces por qué no animarse a descender hasta Sobrado. Su monasterio está clausurado por la pandemia pero aunque sea desde fuera se merece una visita. Y si se busca un lugar donde sentarse y comer algo al aire libre, antes de llegar se extiende una isla fluvial con bancos y mesas. Su nombre: Pontepedra.