Desde luego, nadie puede decir que la alcaldesa de Teo sea una pusilánime. Tiene un proyecto en la cabeza, tiene los votos de los vecinos y tira de frente. A día de hoy —la vida da muchas vueltas— es sin duda una líder, de esas personas que hacen falta para llevar adelante proyectos, sean ellas del signo político que sean. Sus respuestas a una entrevista que publicó este periódico hace unos días no tienen desperdicio, y tanto sus opositores como en San Caetano deberían leerlas con cuidado. Es, o parece ser, una persona institucional, no una botarate de esas que desde los extremos proponen soluciones facilísimas («En cinco minutos lo arreglo») a problemas que de fáciles no tienen nada.
Dicho eso, y sabiendo que hay ventajas si aumenta la población, la manía de la alcaldesa y de otros muchos dirigentes es que su municipio crezca. Y eso está tan asumido que decir lo contrario dejaría perplejo al lector. Porque no, no todos los municipios tienen que crecer. Esa es una manía latina, agravada por el descenso de la población autóctona y la llegada de los (necesarios) inmigrantes. Otra cosa distinta es el caótico manejo de la inmigración a nivel español y europeo.
Si la alcaldesa de Teo —y tantos otros colegas de cargo— se dan un paseo por los países más desarrollados comprobará que son muchos los municipios que lo que quieren es no crecer, porque eso les rebaja la calidad de vida. Y en bastantes de ellos son los propios ciudadanos, no la alcaldesa de turno, los que generan esa presión social para mantener la vida de pueblo, o el paisaje. Por eso hay enclaves urbanos tan bellos por el norte europeo adelante. Compárelos con Cacheiras. O con O Milladoiro. O con Bertamiráns.