De ser a la vez trabajadora, madre y estudiante a la vida de jubilada

SANTIAGO CIUDAD

Cheché, que inició y acabó su trayectoria profesional en el colegio La Milagrosa, ha encontrado nuevas ocupaciones ahora en Vedra
09 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Dicen que la vida ha subido de revoluciones, que todo va más rápido que antes, pero no para María José Rey Mariño, más conocida como Cheché. Esta compostelana fue trabajadora, estudiante y madre a la vez durante mucho tiempo. Jubilada desde hace 5 años, pasó de vivir en la ciudad a una parroquia de Vedra, donde ha bajado el ritmo, aunque no le faltan nuevas ocupaciones, como presidir la Asociación Sociocultural da Terceira Idade O Burgo y ayudar a sus hijas a conciliar las responsabilidades familiares y laborales, como hacen hoy tantas otras abuelas. «La conciliación es imprescindible. Yo no la tuve y para mí fue una locura. Aunque las mujeres podemos ser unas todoterreno, con una capacidad de trabajo innata, creo que merecemos un trato más igualitario», defiende ella.
Cheché se crio en las casas militares de O Hórreo, pues su padre trabajaba en el cuartel del Ejército que había donde hoy está el Parlamento. Ya era en aquel momento una niña dulce, que hacía amigos allí por donde iba. Muchos la conocen de su paso por el colegio La Milagrosa de Santiago, donde empezó su carrera y la acabó 45 años después (los últimos 15, como directora).
«No tenía ninguna idea de ser profesora, pero a mis 15 años cogí novio y él ya era maestro. Mi padre no me dejaba casar hasta terminar la carrera y decidí hacer la misma que Moncho para acabarla antes. No pensaba que me iba a gustar tanto», relata. Se dieron el sí, quiero cuando ella tenía 19 años y su primera hija nació a los 10 meses. Cuando entró a La Milagrosa para hacer sus prácticas, era un centro masculino, recuerda: «Las hice en infantil. Era la única aula con una maestra, porque entonces los profesores de los alumnos tenían que ser hombres. El curso siguiente se iba un maestro de EGB. El director escribió una carta a Madrid protestando porque, siendo el Año Mundial de la Mujer, no les permitían contratarme». La jugada funcionó y Cheché empezó a dar clase como titular con 20 años.
«Había muchos problemas de los niños que yo no sabía solucionar. Me aconsejaron en la facultad hacer Pedagogía, que en la época era Filosofía y Ciencias de la Educación», dice. Se especializó en educación especial y orientación escolar. Fue encargada del departamento de orientación del colegio y del comedor escolar: «Tenía que compaginarlo todo con las funciones propias de una ama de casa con dos hijas, sin ningún tipo de ayuda doméstica... En primero de carrera, tenía una niña y vivía con nosotros mi sobrino, de 5 añitos, porque falleció mi hermana mayor. Los llevaba por la mañana a clase, yo iba luego a la universidad y algún día salía de allí a las nueve de la noche. Un día a la semana tenía clase a la una y media y en la facultad y muchas veces mis compañeros me cubrían mi puesto en el comedor para que pudiese ir. Al volver al colegio, no me daba tiempo y subía a dar clase sin comer».
Nunca dejó de reciclarse e hizo un máster y posgrado en Logopedia. En su retiro, Moncho la convenció para irse a vivir al campo, donde disfruta de largos paseos, de unos vecinos que los recibieron con los brazos abiertos, y evitó que se disolviese una asociación que fomenta la vida activa y social de los mayores... porque, para activa y social, Cheché.
¿Y por qué acabaron ella y Moncho (quien también fue, por cierto, maestro en La Milagrosa) en Vedra? «Unos 10 años antes de jubilarme pensamos, como inversión, en comprar una casita en el rural. A mi marido le gustaba la idea de estar más cerca de la naturaleza. Yo soy más urbanita y no venía casi nada a San Julián, hasta que llegó el covid. Pasamos la primera parte de la pandemia en el piso y, en cuanto nos dejaron salir, nos vinimos para aquí. La gente de la aldea es un cieliño, amable y generosa a más no poder: nos ofrecen patatas, grelos... de todo», responde la picheleira.
«Lo de presidir la asociación O Burgo fue pura casualidad. Trabajé tanto durante mi vida que, la verdad, tenía ganas de descansar, pero hace un año y medio hicimos un viaje a Matalascañas (Huelva) y conocimos allí a un matrimonio que era de Vedra. Nos comentaron que había una asociación de la tercera edad que organizaba viajes, comidas con baile y otras actividades, pero se iba a deshacer porque no había un relevo para la dirección. Al volver, nos apuntamos a una comida y una excursión suyas y, al no haber quien cogiera la dirección formamos un nuevo equipo. Yo asumí la presidencia el 27 de enero del año pasado. Tenemos mucha gente de más de 80 años, incluso de 95, y la mayor parte de socios son de Vedra, pero somos 248 y también hay alguno de A Coruña, A Estrada o Pontevedra», explica Cheché, dispuesta tanto a llevar la parte logística como a dar una clase de baile en línea. «Hay muchos viudos y es una forma de socializar y hacer ejercicio físico. Yo empecé a los 38 años, cuando mi hija mayor cumplió los 18, a ir al gimnasio y no lo dejé nunca: hacía step, kickboxing, aerobic... a mis hijas también les encantaba y se hicieron monitoras de aerobic, solo por entretenimiento». De casta le viene al galgo.