
Por muchas ganas que haya de seguir la corriente aguas abajo, el área fluvial entre Santiago y Trazo reclama su tiempo
16 nov 2024 . Actualizado a las 04:50 h.La playa fluvial de Chaián forma parte del imaginario colectivo de los ciudadanos compostelanos. Ante ella corre un Tambre muy calmado, muy ancho y, si se visita a finales de primavera y principios del verano, el croar va a ser atronador. El río muestra vegetación tanto en sus inmediatos alrededores como en su interior.

Por muchas ganas que haya de seguir la corriente aguas abajo, Chaián reclama su tiempo. Es más, si la decisión es pasar media jornada o incluso una entera en ese espacio, no será vida malgastada, porque una vez aparcado el coche todo es belleza.
En efecto, de ahí arranca un sendero con varios puentes de madera muy bien integrados en el entorno, con bancos esparcidos aquí y allá que permiten no solo tranquilidad sino intimidad. Los primeros pasos se dan por el medio de un bosque, del que se sale, el camino se estrecha y penetra en otro, ofreciendo puente tras puente, alguno de ellos de respetable longitud y todos uniendo islas, las cuales casi esconden alguna mesa también de madera y con sus respectivos bancos (una de ellas, por cierto, la de la isla número cuatro, reclama su sustitución cuanto antes).

Si el recién llegado se fija en las raíces arbóreas que casi salen al exterior se perderá la oportunidad de contemplar un viejo caneiro, realmente deteriorado pero que conforma un paraje muy grato, obligando al agua a buscar una vía de escape y provocando con ello un ruido que suena a música. Un horroroso puente de cemento, bajo el que se pasa, indica que se ha llegado al final de ese itinerario.

De manera que vuelta al coche y a continuar en paralelo al río (primera pista a la izquierda tras dejar este a la espalda), si bien el agua no se ve. Es cierto que existen algunos caminos descendentes que llevan a la ribera, y es cierto también que ningún rincón es igual a otro, pero en esencia el paisaje es el mismo que desde Chaián.
En determinado punto se divisa al fondo una montaña alta en comparación con sus vecinas y de formas regulares, tal y como la dibujaría un niño. Es Castromaior, considerado hasta ahora como un yacimiento prehistórico similar a tantos otros que hay por Galicia adelante pero que los historiadores y arqueólogos piensan que puede ser un enclave posterior, de la Alta Edad Media, un período caracterizado por las invasiones de los pueblos bárbaros y por la enorme ignorancia que en Galicia hay sobre él. El tiempo aclarará las cosas.

Y así se llega a un stop y se elige la izquierda, para circular por un asfalto menos ancho, de mejor calidad y señalizado a los lados, el cual permite conocer un valle pequeño y alargado en el cual se cultiva, sobre todo, maíz.
Luego una pista arranca a la derecha dejando a la mano contraria una casa de piedra y un campo que asombra por su verdor, con bosques de pino. Tras unos minutos se alcanza la ermita de Aguas Santas, aislada en el monte, que recibe con un cruceiro sin valor (su única decoración es una Virgen por la parte trasera).

El entorno, de matrícula de honor, con una fuente ante la que se colocó un cartel que avisa de que está prohibido «lavar residuos». Quizás los muros de al lado fueron un molino. Monte arriba, pero a la vista, la fuente que da nombre al lugar, cuyas aguas bajan en dos sentidos. Atención a uno de ellos para admirar cómo se canalizaron subterráneamente cuando los medios y los conocimientos no abundaban tanto como hoy en día.