Los malos augurios no frenaron al nuevo restaurante mexicano de Compostela
SANTIAGO CIUDAD
Está en Vista Alegre y se llama Mestiza, por la hija del dueño, con orígenes aztecas por parte de padre y de madre gallega
29 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Aunque nació en Ciudad de México, Guillermo Moreno estuvo viviendo mucho tiempo en Tulum. Allí es donde conoció a la madre de su hija, con la que acabó mudándose a Casalonga (Teo) hace ya 7 años. «Decidimos irnos porque vimos que estaba siendo muy masivo el turismo en esa zona de la Riviera Maya. Primero estuvimos en Canadá, haciendo work and travel con una furgoneta. Entonces ella se quedó embarazada y decidimos que naciera el bebé aquí», relata el mexicano. Él siempre trabajó en la hostelería. Empezó con 19 años, cuando un conocido lo convenció para ganarse un sueldo como camarero. «Me gustó bastante y luego pasé a la cocina. Hice cursos y aprendí el resto entre fogones», recuerda.
En España, estuvo al frente de un albergue de peregrinos en A Escravitude (Padrón), pero «el dueño vendió la casa rural y tuve que volver a empezar de cero», indica. Quería emprender, depender de sí mismo y de su trabajo, a menos que no existiera otra opción, por lo que invirtió todos sus ahorros para abrir su propio restaurante en Santiago, Mestiza, cuyo nombre hace un guiño a su hija de 5 años (con madre gallega y orígenes aztecas por parte paterna). Apostó por lo que mejor sabía hacer, por la cocina que había aprendido de sus abuelas, tías y principalmente de su madre, Graciela Rodríguez, una cocina casera, sin grandes pretensiones, pero rica, cocida a fuego lento y aderezada con gusto. «Me parecía que para una ciudad como esta había pocos restaurantes mexicanos», argumenta, sin embargo no arrancó todo lo bien que esperaba.
En Vista Alegre lo recibieron con malos augurios, rememora: «Al principio venían los señores jubilados que frecuentaban las tabernas de la zona y que no están acostumbrados a probar cosas distintas. Me decían que si no ponía churrasco y el vino en taza de siempre esto no iba a funcionar. Eso me bajó un poco la moral. Abrí el 11 de febrero y empecé yo solo haciendo tres sugerencias del día mexicanas, sin ninguna ayuda, encargándome de la cocina, de la barra... de todo». Guillermo perseveró en su idea, a pesar de todo, y el boca a boca consiguió a traerle clientela nueva hasta que se vio desbordado por la demanda y tuvo que reforzar la plantilla.
Explica el hostelero de 43 años que el suyo es un establecimiento familiar, «kid y pet friendly» —subraya—, y el plato estrella es su cochinita pibil (tanto en taco como en quesadilla), una receta icónica de la península de Yucatán. Todas sus salsas son caseras, los totopos de sus nachos texmex los corta y fríe él mismo, el guacamole se hace con aguacate fresco machacado (no triturado) y los quesos se rayan y funden al momento. Ahí está la diferencia, afirma.
¿El mejor halago que ha recibido hasta ahora? «Vino una familia a comer, los padres y sus dos hijos. Pidieron los nachos y la quesadilla y me dijeron que era la mejor comida que habían probado en su vida. Curiosamente, la hija hizo un vídeo del restaurante sin yo saberlo y de un día para otro pasé de tener 80 a 250 seguidores en Instagram, se triplicaron por sorpresa», responde Guillermo. Su local cuenta con dos ambientes. La zona de barra tiene tres mesas y es más informal, «para quien quiera tomarse un par de tacos y una caña rápida», apunta. Y, atravesando una puerta de dos batientes al estilo far west, hay un comedor con un ambiente más acogedor, nada ostentoso ni estridente, que invita a disfrutar de forma más reposada del auténtico sabor de México.