En compañía de trinos de pájaros por la Vía Verde hasta Gorgullos-Tordoia
SANTIAGO CIUDAD
El excelente bosque de ribera es un tesoro natural que merece la pena conservar intacto
03 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.La estación de Ordes-Pontraga, la vieja, la abandonada, es una joyita sin explotar. Tiene una buena arquitectura, rehabilitado con gusto su interior. El depósito de agua se convirtió en una obra de ingeniería, y sus inmediatos alrededores, entre la propia estación y el río Lengüelle, han sido transformados con mucha visión. Por haber hay incluso dos minirocódromos para los más pequeños de la familia. El entorno está siendo muy aprovechado los fines de semana por grupos que van a comer al aire libre cuando el tiempo no lo impide.
Y por ahí, entre el río y el edificio que es una copia de otro del País Vasco, discurría la vía del tren, hoy reconvertida en Vía Verde Compostela-Tambre-Lengüelle, en funcionamiento desde Oroso hasta Cerceda; las obras comenzarán pronto en el tramo que falta entre Santiago y Oroso.
Es imposible andar solo hacia Cerceda por esa Vía Verde. La compañía está garantizada, y no porque vaya a haber ciclistas para aquí y ciclistas para allá, además de algún paseante, sino porque los trinos de los pájaros son constantes. Disminuyen en las pequeñas y escasas zonas donde la exuberante vegetación autóctona es sustituida por una plantación de eucaliptos, que a estos efectos son árboles muertos y, al decir de algunos y sin duda exagerando, mortales. Por ejemplo, justo al arrancar, a la izquierda, se extiende una de esas plantaciones, pero en metros lineales son pocos. No hacen compañía ni tampoco molestan visualmente más que un par de minutos. En realidad, la mitad de este itinerario puede decirse que es un túnel de árboles con una gran zona encharcada a la derecha casi todo el año; en primavera hasta recuerda a los manglares de otros países.
¿Pendientes? Imperceptibles en la primera mitad de la ruta, y un poco más acusadas en la segunda. Siempre se va a ir ascendiendo, pero ello no implica dificultad alguna. Más que notarlo las piernas lo van a notar los ojos, porque al mirar a la izquierda el excursionista comprobará que el Lengüelle queda más y más abajo.
A poco de partir permanece en pie una señal ferroviaria, casi un vestigio arqueológico que procede conservar porque se refiere a tiempos pasados: 407-3. O sea, que Zamora (la línea es la Zamora-A Coruña) dista 407 kilómetros y 300 metros. Por otra parte, el río va describiendo curva tras curva, y en ocasiones está al lado del caminante o ciclista y en otras a uno o dos centenares de metros. En este último caso se distingue mejor su excelente bosque de ribera, un tesoro natural que también merece la pena conservar intacto. Todo ello hace que en algunos tramos no se oiga nada —trinos aparte— y en otros se perciba claramente la música que crea la corriente cuando va saltando y formando rápidos que la vegetación oculta a la vista.
Ir poniendo un pie delante del otro, o dar pedales, no es incompatible con captar tres cosas. Una es la existencia de defensas de madera, perfectamente integradas en el entorno, en prevención de un resbalón o de acercarse demasiado el borde para contemplar la panorámica. Otra, la existencia de helechos de grandes cuando no enormes dimensiones; no en todo el recorrido, lo que obliga a ir atento. Y la tercera es el encajonamiento, porque, en efecto, en su día se rebajó el terreno a pico y pala, eliminando el desmonte en carros de bueyes, y ha quedado la caja del tren en un nivel muy inferior, de tal forma que los taludes laterales que parecen aprisionar al excursionista llegan a sobrepasar la docena de metros.
Y al fin, el viejo apeadero de Gorgullos-Tordoia. Pero esa es ya otra historia.