El verano no hace daño a nadie. Y menos a la hostelería. Y todavía menos, si cabe, a la de Santiago. Vale que siempre puede ser mejor. Dicen que este año la aglomeración de visitantes que desborda el casco histórico no es tan rentable como otros, que no se maneja la cartera con alegría y que tanto ruido no tiene su correspondencia en nueces. La cosa está apretada para todos. Las cuentas son complicadas de cuadrar y la manta cada vez cubre menos. Estos días se veían testimonios de visitantes que confesaban que, después de haber comido muy bien, se apañaban con un bocadillo para la cena. Bueno. Pero tampoco los hosteleros lo tienen fácil. La cesta de la compra también los penaliza y multiplica sus facturas con los proveedores. Materias primas mucho más caras y la energía necesaria para elaborarlas, por las nubes. Y la carta sube, claro, aunque no en la misma medida que los gastos para prepararla. No habría bolsillo que lo soportara. Pues, pese a todo, a ver quién en el sector puede sostener que este no está siendo un buen verano.
Sí es cierto que lo amargan algunos clientes. La proliferación de individuos que reservan y después no se presentan ya llevó en la primavera pasada a los locales a tomar medidas. En unos piden el DNI, en otros el número de la tarjeta y en muchos directamente no admiten reservas. A este contingente de distraídos se suman los llamados «simpas», esos desahogados dotados de una capacidad especial que les permite sentarse a una mesa, despachar tranquilamente lo que les apetezca y salir por donde entraron sin despedirse ni pagar la cuenta. Este fenómeno, que desde luego ni es nuevo ni tampoco exclusivo de Santiago, se focaliza en el casco histórico con cuatro o cinco sujetos que traen de cabeza a la restauración. Es la «banda del simpa», estafadores organizados de cuyas andanzas La Voz ha informado durante esta semana. La Policía está al tanto y el desenlace de sus andanzas llegará más pronto que tarde.
En tiempos no tan lejanos las autoridades públicas insistían, con razón, en la conveniencia de que la hostelería mejorara su trato al visitante. Con aquella asignatura aprobada, ahora igual hay que pedir a algunos clientes que por lo menos sepan estar a la altura.