Pepe Guitián: «Me maravilla que mi cámara, que tiene 130 años, guste tanto a los jóvenes»
SANTIAGO CIUDAD
El santiagués, hijo del reconocido fotógrafo José Guitián, es uno de los pocos fotógrafos minuteros que queda en el país, oficio al que llegó tras un revés en su salud. Desde hace trece años inmortaliza en Fonseca a vecinos y turistas. Pide poder seguir trabajando todo el año
02 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Su trabajo depende de la luz, por ello es en verano cuando se localiza durante más horas en la compostelana praza de Fonseca a Pepe Guitián, uno de los últimos fotógrafos minuteros del país. «Llego a las 11.00 horas y hasta que hay día no me voy», constata el santiagués, de 62 años, quien hace trece, y tras un revés de salud, se decidió a retomar este oficio centenario en el que con un aparato artesanal se hacen retratos que se revelan allí mismo en minutos. «Sigo peleando porque es una satisfacción que la gente se pare delante de la cámara, le interese saber de ella», razona. «Yo nací entre negativos, pero nunca pensé en reconducirme así», añade.
Su padre, José Guitián, tras formarse con fotógrafos de la talla de Ksado, montó a mediados del siglo pasado en la rúa do Vilar el afamado estudio Foto Guitián. «Llegó a tener ocho empleados. Hasta que él se jubiló, en 1991, inmortalizó durante 40 años la vida en Santiago, especializándose en retratos o fotografía científica. Nosotros vivíamos en esa misma casa, que daba también para A Raíña», rememora. «De niño yo le acompañaba a hacer bodas o le ayudaba en el laboratorio. Era un juego para mí. También colaboraba con él con las orlas universitarias, cuando se dibujaban. Siempre me dediqué al tema artístico; soy artesano», reafirma tras estudiar varias especialidades en la escuela Mestre Mateo.
«Con 16 años vendía en la rúa do Franco trabajos de artesanía, como marionetas, y en verano iba a ferias», continúa, rescatando una intensa trayectoria que le llevó a ejercer durante años de maestro en escuelas taller de distintos concellos, a ser uno de los fundadores de la Asociación Galega de Artesáns o a centrarse en restauración, también con un taller en Conxo. «En él montamos muchos trabajos de tramoya. Al saber soldar, hice escenografías, varias para el Grupo Chévere. Trabajé en la decoración de la Sala Nasa. Hasta los 50 años no paré», enumera, aludiendo ya a la dolencia que le marcaría.
«Me operaron del corazón por algo de nacimiento y ya no pude hacer trabajo físico. En el 2010 coincidió que el anterior fotógrafo minutero que había aquí, y que le había comprado su cámara al histórico Valentín, me propuso probar con ella. Pensé que con esa tarea podía, que sabía revelar y que era bueno estar al aire libre y activo. Eso es lo que cura», reflexiona ante un oficio en el que se afianzó de forma autodidacta.
Al año siguiente construyó una cámara idéntica y, en el 2018, recuperó otra de un anticuario, con la que sigue. «Tiene 130 años, aunque la restauré por completo. La gente la ve y se emociona al traerle recuerdos, también de su familia. Si algo me maravilla es que guste tanto a los jóvenes. En Navidades muchos vienen y se hacen una foto para sus abuelos. Al finalizar la carrera también se retratan», destaca, comentando más curiosidades.
«Los gallegos son de los que más se paran, por eso estoy aquí todo el año. Entre mis mejores clientes también están los portugueses y latinoamericanos, en cuyos países estas cámaras tenían arraigo. En Brasil a esta fotografía se la llama lambe lambe, porque los fotógrafos mojaban la punta de la lengua para saber si estaba fijada la foto. Es algo que muchos peregrinos de ese país desconocen y se lo cuento», revela con entusiasmo y sin negar su tirón también entre el turismo nacional. «Para algunos ya es una tradición. Hay unos peregrinos riojanos que un año se inmortalizaron cuatro, al siguiente, seis, y, al otro, doce. La última vez vinieron 40», incide. «Una pareja de productores de Madrid que se iba a casar en El Escorial me pidió trabajar en su boda. Luego volvieron ya con niños», apunta agradecido. «El formato clásico de las fotografías es el más demandado, pero los pequeños piden mucho el de corazón», desliza risueño.
«Desde el principio vi que que estos recuerdos tenían acogida y que en mi trabajo no pesaba tanto la lluvia. Aún así, hay jornadas que me voy de vacío, por ello es básico poder compensar estando aquí a diario», lamenta. «En el 2016 se reconoció mi actividad como de interés para la ciudadanía, pero desde hace años me enfrento a sucesivas trabas para poder continuar todo el año, y eso duele. Estoy recuperando un oficio», defiende.
Aún así, avisa que seguirá mientras pueda. «Le tengo cariño a la profesión. Hasta los 90 años estaré aquí», bromea.