También he vivido, «y bien»

Gabriel Pérez Suárez LOS MAYORES IMPORTAN

SANTIAGO CIUDAD

Jose Manuel Casal

22 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Debo de confesar que soy un niño de la Guerra Incivil. Niño que a los 10 años ingresó en el colegio de los Hermanos La Salle («babosos» les llamaban por el babero), y de él salió en 1941, a los 16 años, para emplearse en una firma de Santiago de Compostela dedicada a la venta de recambios para el automóvil. ¡Cuántas vicisitudes acuden a mi mente al recordar aquellos aciagos tiempos!

Una vez cumplido el servicio militar reingresé en la firma terminando como viajante de la misma durante cinco años. Entonces la dejé para venir con un buen contrato para Carballo. A los tres meses, abandoné la empresa carballesa de recambios y me establecí con un socio en la localidad. La sociedad duró dos años, momento en el que elegí Vigo para ser empleado en una empresa automotriz.

Como yo era lo que se denomina un «culo de mal asiento» bastante versátil, dejé Vigo y volví a Carballo (estaba casado) y monté la cafetería Compostela, pero al mismo tiempo adquiría en Vigo y Ourense material de recambios que luego vendía por todo el noroeste español que tan bien conocía. Después de traspasar el Compostela inauguré la cafetería Galaxia en el bajo del hotel Allones.

Fui representante de una empresa de Hamburgo, dedicada a la inyección de diésel, y por este motivo viajaba muy a menudo a dicha ciudad. En una de esas visitas se me metió en la mollera ir a conocer Venezuela y allá estuve durante seis meses. Dos de ellos, en casa de un amigo dedicado a la venta de antigüedades. Al regresar a España puse en marcha un anticuario con el objetivo de poder exportarle a mi amigo las antigüedades que solía comprar por Galicia. Como cobro de una deuda, tuve que hacerme con un local dedicado a la mecánica en la calle Vázquez de Parga, allí nació la idea de restaurante O Xabarín, negocio que después de 20 años tuve que traspasar por no poder atenderlo.

Pero no todo fueron negocios y hostelería. En mi vida conocía a muchos personajes. Tuve amistad con José Varela Rendueles, que lo iba a buscar a la calle Rubine de A Coruña y lo llevaba para Sada y me contaba lo que sufrió con Queipo de Llano, que lo condenó a muerte. Lo salvó una marquesa: «¿Mi general, cómo va a matar a mi gobernador?». También conocí a Tierno Galván, al que iba a ver a Madrid. Lo llevé de Pontedeume a A Coruña. Y a Enrique Líster lo visitaba en Calo. Me dedicó su libro Historia de un guerrillero.

Hoy ya con 97 abriles, en el ocaso de una vida maravillosa, quisiera hacer un balance más extenso, menos aquilatado y emulando al gran Neruda certificar que, pese a todos los avatares, a los pros y a los contras, yo también he vivido «y bien».