Ricardo Docobo, en el cierre de su histórica tienda de la Rúa do Vilar: «Es emocionante sentir el poso que dejaron mis padres y que yo continué»

Olimpio Pelayo Arca Camba
o. p. arca SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

El compostelano se situó el viernes por última vez tras el mostrador del que fue negocio familiar durante 72 años

01 ene 2023 . Actualizado a las 23:16 h.

Ricardo Docobo Durántez (Santiago, 1959) apura el café en un soportal frente al establecimiento donde sus padres se asentaron en 1950, en el 74 de la Rúa do Vilar, antes de abrir «la tienda más tradicional de Santiago». Ayer echó el cierre definitivo, tras un traspaso que instalará un negocio bien distinto.

—Su hermano dirige el observatorio astronómico, pero en las últimas semanas la estrella es usted: le visitan el alcalde, los medios y sus clientes no paran de acudir a despedirse.

—(Risas) La despedida estos días es un orgullo. Vienen amigos, clientes, incluso turistas que acostumbraban a pasar por aquí, y todos te trasladan que la tienda no se puede cerrar. Es emocionante sentir ese poso que dejaron mis padres, y yo me siento con el deber cumplido por haber continuado hasta esta fecha su etapa.

—¿Cuándo abrieron ellos?

—Cogieron el traspaso a las hermanas Regueral, que se dedicaban a la venta de artículos religiosos, en 1950. Los dos, pero sobre todo mi madre, era muy activa a la hora de buscar novedades y artículos para la tienda en Barcelona, en Madrid ... En aquella época no había nada, y se convirtieron en una especie de icono comercial de Santiago. Parecía El Corte Inglés. Un día de Reyes la tienda estaba a tope, a las 12 de la noche te llamaban a la puerta para que les vendieras una cartera o artículos que no encontraban en otro sitio.

—¿Qué vendía Docobo?

—De todo. Tuvieron la capacidad de tocar varios sectores. Era otro Santiago: empezaron como papelería pero se dieron cuenta de que había otras necesidades en la ciudad, y fueron incorporando artículos de regalo y recuerdos, llaveros, botafumeiros ... de todo. Mi padre también arreglaba estilográficas.

—¿Usted cuando se incorporó?

—Yo nací aquí, en el piso de arriba, así que el contacto con la tienda se mantuvo siempre. Cuando mi madre empezó a ponerse mal, dejé la jefatura de prensa del Compostela y decidí venir para aquí a echar una mano, en el año 2000.

—En un establecimiento que trabajaba el recuerdo, ¿cómo se vivió el Xacobeo 93?

—Fue salvaje. Yo lo recuerdo como algo frenético. La ciudad no estaba preparada en ese momento, fue una invasión increíble. Un antes y un después. Nosotros habíamos vivido etapas de Años Santos que venía gente, pero era otra historia. Lo del 93 fue un bombazo. Vinimos a trabajar a la tienda todos, hubo que contratar personal ... Tuvimos que hacerle frente como se pudo. Las cifras no serían tan escandalosas como ahora, pero es que la ciudad estaba muy vacía para recibir a todo el contingente de gente que vino. Comprábamos mercancía y se vendía todo: lo de las camisetas fue increíble, recuerdos, apóstoles, botafumeiros. Todo lo que había, se vendía.

—¿Y los compostelanos, qué buscaban en Docobo?

—Regalo, cuchillería de calidad, papelería ... Mi padre tenía un dicho: «Casi seguro que tenemos lo que usted busca». Y me lo traslada ahora la clientela, que me dice: «Siempre que necesitaba algo, iba a Docobo y lo tenía».

—¿Qué echará de menos a partir del próximo lunes?

—Los amigos, que son los clientes: yo tengo la frase de un cliente, un amigo. Se echará de menos el día a día con ellos. Yo quiero agradecer a toda la gente que ha contribuido a que Docobo se mantuviese durante 72 años. Para todos nosotros ha sido un orgullo estar en contacto con ellos.

—¿Y que ganará a cambio?

—Estar con la familia, porque de comerciante es difícil mantener ese contacto. Desde hace 20 años vivo en Coruña, viajo cada día a Santiago, y la familia me necesita. Así que ha aparecido una opción de traspaso, la hemos estudiado y aceptado. No sé si volveré al periodismo, donde sigo haciendo cosas, pero el contacto con Santiago no lo perderé. Aunque A Coruña me acogió con los brazos abiertos, yo soy picheleiro por encima de todo.

—Con el cierre de Docobo, cierra un pedazo de la historia de Santiago.

—Mi padre hizo la primera pegatina de la historia de «Santiago de Compostela. Donde la lluvia es arte», en los 70. Y otras de «Galego na escola» y «Xa falamos». Cuando yo era pequeño vino un día la Guardia Civil a levantar acta de aquellos lemas revolucionarios, aunque no pasó a mayores.

«En el casco histórico hay vacíos de servicios que empiezan a ser alarmantes»

Docobo tuvo un papel activo en la defensa del casco histórico, como directivo de Compostela Monumental y en otros ámbitos. Ha vivido el cambio en la almendra:

—Aquí hemos residido 14.000 personas, y hoy no llegan a 3.000. Es un impacto brutal, sobre todo para determinados sectores. Sin ánimo de atacar a nadie, creo que no hay mucha implicación en los problemas reales del casco histórico. Hay vacíos de servicios que empiezan a ser alarmantes. Por citar un ejemplo: mis clientes me dicen ‘ahora que tú cierras dónde compramos’, porque no hay ni una papelería en todo el entorno. Son establecimientos que han desaparecido y dejan al casco histórico muy vacío.

—¿Qué podría hacerse para mantener habitada la almendra?

—Yo entendía que el Consorcio iba a ejercer esa función, pero veo que va por otros derroteros. Yo siempre reclamé una oficina donde cualquier persona que venga a vivir o a invertir en el casco histórico lo primero que se encuentre es que le pregunten en qué pueden ayudarle. Y aquí es todo lo contrario: viene una persona a hacer una inversión económica, y lo primero que ve son problemas; la gente se asusta y escapa, busca otras opciones. Tendría que arroparse a la gente, una dedicación de en qué ayudar, cómo canalizar permisos. La llegada del AVE marca un antes y un después, y la ciudad debería estar preparada para eso.

—¿Cree que Santiago corre el riesgo de perder su identidad?

—La ciudad ya la ha perdido. Falta compostelanismo. Yo lamento decir estas palabras, pero en ocasiones, en contacto con el ayuntamiento y otras instituciones, veo falta de compostelanismo. Yo viví la etapa del Compostela, que se dejó morir por falta de cariño. Y con el Obradoiro, con mi hermano, pasó lo mismo: se trabajó solo, sin arropamiento.