Santi Mayo: «Mucha gente nos pide no cambiar Mayso, les ilusiona verla exactamente igual que hace 50 años»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

Santiago Mayo está al frente de Mayso, la tienda de la rúa Rosalía de Castro especializada en libros de texto y juguetes educativos, fundada por su padre en 1971
Santiago Mayo está al frente de Mayso, la tienda de la rúa Rosalía de Castro especializada en libros de texto y juguetes educativos, fundada por su padre en 1971 XOAN A. SOLER

Fue testigo con su librería, por la que pasaron varias generaciones de santiagueses, de cómo ha evolucionado la vuelta al cole: «Guardo albaranes de cuando los libros de texto costaban 100 pesetas». También formó parte de la historia del emblemático bar Tumba Dios

20 sep 2022 . Actualizado a las 00:18 h.

En medio de unas semanas de vorágine en las que su jornada se amplió hasta la madrugada, con días en los que vendieron hasta 1.500 libros de texto, Santiago Mayo hace un alto para recordar la trayectoria de Mayso, la librería que, más de medio siglo después, se mantiene como visita obligada para muchas familias de Santiago. «La gente nunca dejó de entrar. Dicen que identifican con nosotros la vuelta al cole», señala agradecido el compostelano de 58 años, que lleva más de 35 al frente del negocio que fundó su padre, Santiago Mayo, en la rúa Rosalía de Castro. «Yo crecí en el número 11, donde estaba inicialmente la tienda. Estudié Empresariais, pero nunca tuve dudas de a qué me iba a dedicar», comparte sonriendo.

Su padre, un conocido profesor y exedil de Educación y Cultura, abrió el establecimiento en 1971. «Él había cogido una representación de enciclopedias. También llevaba la editorial Anaya en la zona. Vio que en Santiago había un hueco en ese mercado y se lanzó con la librería, que empezó a llevar mi madre, María Luisa Sobrino, en ese momento una profesora aún sin plaza. El nombre de Mayso es por el apellido de ambos», aclara con cariño sobre su familia.

«Los Sobrino eran conocidos por el bar de mi abuela, en la Rúa do Vilar. Se llamaba Sobrino, pero pasó a la historia como Tumba Dios. De joven ayudé a servir allí muchos licores café con aguardiente. Mi primera bici la compré con las propinas de atender mesas en un año santo», evoca. «Allí celebrábamos las Navidades. Mi padre fue quien llevó la fiesta de Fin de Año a la Quintana», sostiene, antes de volver a la librería, que él cogió cuando ya se había trasladado al número 23 de la misma calle, frente a una de las entradas al campus universitario.

«En los años 80 fuimos de los primeros en tener máquina fotocopiadora, con colas de hasta 40 estudiantes. Aún así, si ganamos eco fue por los libros de texto para la edad escolar. Guardo albaranes de algunos que costaban 100 de las antiguas pesetas», apunta, insistiendo en no comparar etapas, aunque sí mostrando cómo el regreso a las aulas era muy diferente al actual. «Esos libros no se reservaban. Tenías que tener todos en la tienda. Me acuerdo que íbamos diariamente en un R4 rotulado como Mayso a A Coruña, donde estaban los almacenes de muchas editoriales. Eso era en septiembre y octubre, meses en los que arrancaban EGB y BUP. Al empezar las clases más tarde, teníamos un poco más de vacaciones en verano», afirma risueño, enlazando más recuerdos.

«Hicimos las primeras láminas de anatomía en gallego. En Santiago fuimos pioneros, hace más de 40 años, en vender juguetes educativos. Me acuerdo de esa cifra porque sé que en 1981 el 23-F les pilló a mis padres en Valencia, en una feria del sector. Aún hoy el material didáctico, como de destreza o estrategia, es una de nuestras apuestas», precisa, mientras se encamina hacia la planta inferior. «Aquí tenemos convencido a muchas familias sobre los juegos de lógica», explica satisfecho. «También en esta zona conservo artículos que no muestro porque ya me duele vender, como mapas murales de la España de los 80», enseña con nostalgia. «Desde hace cuatro décadas los escolares nos piden la misma flauta, la Hohner. Esta semana aún vendimos en un día 15», anota divertido ante una fidelidad que también conserva en la tienda.

«En la primera etapa llegamos a facturar en un día dos millones de pesetas. Todo cambió, pero nos mantenemos; somos una empresa familiar», razona, encadenando más logros. «Varios colegios ya no me solicitan una cantidad concreta de material. Confían en ti», asegura. «Atendemos a la tercera generación de santiagueses, entre ellos, a niños que viven cerca y siempre se acercan a saludar. Mucha gente nos pide no cambiar la decoración del local. Les alegra e ilusiona verlo exactamente igual que hace 50 años. Dicen que siempre se acuerdan del paseo que hay por encima del mostrador; que no quedan muchos negocios así», acentúa.

«Mis empleados bromean con que sí podría retocar el cartel de la entrada destacando que en el 2021 cumplimos medio siglo», desliza riendo sobre una plantilla que asegura la continuidad al negocio. «Me gustaría que mi hija se orientase a lo que estudió. Siguió la tradición de mis padres, ser maestra», resalta con orgullo.