Nuria Quintela: «Empecé a ofrecer vinos del Líbano o Sudáfrica en O Afiador y la respuesta de los vecinos me asombró»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

Nuria Quintela, jefa de sala en O Afiador, se formó en los últimos años como sumiller internacional, algo que muestra en el comedor con hasta 280 variedades de vinos, de muchos países. «Aquí ya gustan mucho los de Argentina, Chile o Marruecos», aclara ilusionada
Nuria Quintela, jefa de sala en O Afiador, se formó en los últimos años como sumiller internacional, algo que muestra en el comedor con hasta 280 variedades de vinos, de muchos países. «Aquí ya gustan mucho los de Argentina, Chile o Marruecos», aclara ilusionada Xoán A. Soler

Tras iniciarse en la mayor vermutería de Galicia, esta hostelera y sumiller sorprende en el conocido restaurante de Santiago, que se trasladó en pandemia a San Lázaro. «Pasé en cuatro años de no saber de vinos a poder recomendar casi 300», destaca

26 jul 2022 . Actualizado a las 00:18 h.

En estos días de llegada masiva de peregrinos, su restaurante, O Afiador, situado en San Lázaro, en la entrada por el Camino Francés, sirve de parada a muchos. «Grupos de 100 italianos reservaron para la próxima semana el comedor que tengo al lado», apunta Nuria Quintela señalando un local anexo a su establecimiento. «Aún así, nuestra gran clientela es gente del barrio», añade, mientras saluda por su nombre a cada uno que entra y sirve a muchos un vino. «Logré que ya me digan: ‘ponme o que ti queiras’», comenta agradecida esta hostelera de 46 años, que suma 20 en el oficio y que ha hecho de su reciente por el vino su vocación. «Y eso que no me gustaba», evoca riendo.

Nacida en Bilbao, llegó a Santiago con 11 años por traslados familiares. Tras estudiar Relacións Laborais se inicia en gestorías hasta que su pareja, cocinero, coge en el 2002 la taberna La Barrica en la rúa de San Pedro. «A fuerza de estar allí me entró el gusanillo de servir. Me gusta el trato con la gente. Además, era una época buena. Llegamos a ser la mayor vermutería de Galicia, con 300 variedades», recuerda. «Desde ahí veíamos el local de enfrente y en el 2010 lo cogimos. No le cambiamos de nombre porque sabíamos que muchos ya ubicaban O Afiador», razona sobre un restaurante que recobró fama con una carta amplia -«teníamos menús adaptados a intolerancias, algo con lo que nos identificamos al nacer nuestro segundo hijo con una enfermedad rara»- y con sus vinos.

«En el 2018 me apunté al curso de sumiller del Instituto Galego do Viño, haciendo caso a los que me decían que tengo un buen olfato. Hasta ese momento yo no consumía vino, pero el sector me cautivó. Poco después ya cursé el WSET, formación de referencia internacional; ahora pienso en el siguiente paso», desliza con entusiasmo. «En cuatro años pasé de no saber de vinos a poder recomendar casi 300 en San Lázaro», reflexiona indicando la nueva ubicación del establecimiento, donde reabrió en pandemia. «El dueño del primer local reorientó su uso y, nosotros, que habíamos apalabrado comidas para 5.000 viajeros del Imserso, buscamos en el 2020 otro espacio grande, que no encontramos en San Pedro. Nos dio mucha pena dejar el barrio. Vivíamos allí y ¡ni salíamos de él!», remarca sobre un traslado que, admite, sorprendió. «Dos años después, muchos clientes aún llaman y preguntan "¿por qué os fuisteis?"», acentúa con orgullo ante su cariño. «Otros, cuando nos ven, desconfían: "Estos copiaron el nombre de un restaurante de San Pedro"», afirma divertida por el equívoco.

«Algo que aquí me llamó la atención, y que hacía años que no veía, es que la gente toma varias rondas. Y muchos tintos. Me gusta que sea un barrio», enfatiza, centrándose en su terreno. «Yo probé el vino al descubrir en el curso de sumiller uno de Georgia, cuna de esta bebida. Lo tengo aquí», subraya y lo muestra. «A mí se me abrió un mundo y, junto a mi marido, quise compartirlo. Además de ampliar menús, apostamos por incluir sobre 280 tipos de vinos, de distintos países, sin excesivas marcas comerciales. Ofrecí del Líbano, Sudáfrica, Australia o Marruecos y la respuesta de la gente me encantó. Algunos son fieles a sus costumbres, pero cada vez son más los que se dejan asesorar, prueban y repiten», aclara. «Un señor mayor siempre pedía un blanco. Un día le animé a innovar. Y desde ese momento entra y reclama un chardonnay. Ver a gente preguntando ya por un tipo de uva me llena», insiste con apego por su clientela. «A Moncho Fernández, que tiene alma de sumiller, lo tengo como conejillo de Indias», señala risueña. «Al estar cerca de Sar, aquí comen muchos jugadores del Obra. Algunos, como el turco Kartal, que están fuera, nos siguen escribiendo», desvela.

«En San Lázaro el trabajo es constante; en San Pedro era estacional, más ligado al turismo», compara, no sin nostalgia. «Allí aún tenemos O Trasmallo, antes La Barrica, cerrado desde el 2021 porque no encontramos personal. De ahí trajimos muchos vermús. Si lo reabrimos, me repartiré entre ambos», avanza sin descanso. «Hace poco retomamos las catas, y se llenaron. La gente confía en ti», confiesa, revelando un gusto personal. «Soy de vinos dulces. Creo que en casi todo voy a contracorriente», destaca sonriendo.