Miguel Vidal: «Marabillas sorprendió hace 25 años, hasta por cómo escribimos su nombre»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO DE COMPOSTELA

SANTIAGO CIUDAD

Miguel Vidal (izquierda) y Javier González (derecha), en el interior de uno de los dos locales de la tienda Marabillas, en la calle Fernando III O Santo
Miguel Vidal (izquierda) y Javier González (derecha), en el interior de uno de los dos locales de la tienda Marabillas, en la calle Fernando III O Santo PACO RODRÍGUEZ

Los dueños de la popular tienda del Ensanche aclaran por qué son uno de los pocos establecimientos que no dejan de crecer, también en oferta. «Los dos nos criamos en ultramarinos donde había de todo. Aquí hay 40.000 artículos», señalan

04 jul 2022 . Actualizado a las 00:28 h.

Afirman que desde 1998 hicieron frente en su tienda a reveses, como el actual freno del consumo. Sin embargo, ambos también admiten que Marabillas, un comercio de objetos para el hogar, decoración e interiorismo, es uno de los negocios del Ensanche compostelano que no dejó de crecer, con dos locales en la misma calle, en Fernando III O Santo, donde fueron ampliando la oferta. «Los dos nos criamos en ultramarinos donde había de todo. Mis padres ya decían que para vender hay que tener producto», aclara riendo Miguel Vidal, un ribeirense de 56 años. «Algo de eso nos quedó. Aquí hay más de 40.000 artículos», añade Javier González, un cambadés de 59. «Nacimos en orillas enfrentadas de la ría de Arousa, pero desde que llegamos aquí con 18, remamos juntos», destaca recordando una vida en común.

«Aterrizar en el Santiago de los años 80 supuso para nosotros un espacio de libertad. Nos conocimos en la discoteca Black, la que había en el hotel Peregrino. Javi, que había empezado Arquitectura, terminó aquí Químicas. Yo hice Económicas», apunta Miguel explicando que él inicialmente optó por montar una academia de estudios en La Rosa. «En la tienda aún hay clientes que me dicen que les ayudé a aprobar Estadística», sostiene risueño, antes de ceder la palabra a Javier, quien durante unos años regresó a Cambados, donde montó una tienda de artesanía. «Ver que mis gustos tenían salida nos animó a saltar a Santiago; a abrir Marabillas, por sus cosas bonitas», subraya mientras enseña un negocio que creció desde artículos para casa u oficina a mobiliario e iluminación.

«Nuestro éxito fue no quedarnos quietos, no ser solo un establecimiento de regalos novedosos; por eso resistimos», reflexiona Javier. «Introdujimos productos que aún no se encontraban aquí o no se conocían. También diseñamos alguno, como un perchero con la silueta de la ciudad», precisa con orgullo. «Hace casi 25 años el comercio sorprendió, hasta por cómo escribimos su nombre», rememora Miguel. «Muchos nos dicen que gracias a nosotros aprendieron que marabillas era así en gallego. No eran conscientes de que se escribía con b. Hubo fabricantes que incluso nos escribían a 'Mara Billas', como si fuese un nombre», evoca divertido, antes de compartir más equívocos.

«Mucha gente nos pregunta si somos hermanos. Nunca escondimos que somos pareja, pero tampoco vemos la necesidad de decirlo», defiende Javier, resaltando que en su caso las horas conjuntas en el trabajo y en casa dieron continuidad al negocio. «Tenemos estado de vacaciones en París y, en vez de visitar museos, ir a observar tiendas», explica sin descanso. «Hubo jóvenes que al ver el local tan colorido pedían trabajo pensando que era relajado. ¡No conocían la trastienda! Al personal nuevo le damos meses de margen para que sepa dónde está cada cosa», señala mientras recorre un espacio repleto. «Una de nuestras clientas más fieles, que supera los 90 años, aún a día de hoy no deja que le ayudemos a rebuscar», indica Miguel con cariño mientras reconoce la buena acogida del establecimiento. «Muchos vecinos empezaron comprando un pequeño regalo, como unos pendientes, y ahora amueblan aquí su casa», enfatiza agradecido enlazando con una línea de negocio que les llevó a trabajar con muchos interioristas y a dividirse.

«Alguna vez trajimos productos arriesgados, para asombrar. Sabíamos que si no se vendían, nos gustaban  para casa», defienden Miguel Vidal y Javier González desde el exterior de su tienda
«Alguna vez trajimos productos arriesgados, para asombrar. Sabíamos que si no se vendían, nos gustaban para casa», defienden Miguel Vidal y Javier González desde el exterior de su tienda PACO RODRÍGUEZ

«Para tener más espacio cogimos hace años un segundo local en La Rosa, pero cuando en Fernando III quedó libre otro que ocupaba una conocida librería, no dudamos en trasladarnos. Nuestro comercio va ligado desde siempre a esta calle», acentúa Miguel, en una férrea defensa del comercio de proximidad. «Si abrimos la web fue porque era necesario», asegura, admitiendo, aún así, que les ayudó. «Vendimos artículos para restaurantes de Cataluña o Andalucía. Ya desde la tienda, por donde pasó su dueña, enviamos también productos a una destacada cadena hotelera de Estambul. Luego nos mandaron una foto con todo instalado», remarca ilusionado. «El otro día una santiaguesa que trabaja en Pamplona nos dijo que vio allí a una chica con una bolsa de Marabillas», desliza.

«No tenemos heredero, pero una sobrina de Javier ya trabaja aquí», avanza. «Nunca pensamos en llegar tan lejos», concluyen ambos animados.