Loli Baños: «En la mercería La Novedad las colas llegaban a la hora y hasta por unos botones se esperaba»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

Loli Baños muestra con orgullo una máquina de forrar botones: «Tiene casi 75 años de historia y aún nos piden usarla a diario»
Loli Baños muestra con orgullo una máquina de forrar botones: «Tiene casi 75 años de historia y aún nos piden usarla a diario» XOAN A. SOLER

La santiaguesa cerrará el próximo 30 de junio el histórico comercio fundado por su suegra en 1950, inicialmente en Acibechería: «Muchos me dicen: 'tienes derecho a jubilarte, pero ¿no podrías esperar unos años más?'»

10 may 2022 . Actualizado a las 23:24 h.

María Dolores Baños, conocida como Loli, no duda que llegará al 30 de junio, fecha en la que cerrará en la rúa Nova de Abaixo las puertas de la mercería La Novedad, con un sentimiento agridulce. «Estaré contenta porque tras más de 40 años en el comercio, y ya con 66, necesito descansar, pero lo voy a echar mucho de menos», avanza la santiaguesa, que nos atiende a las 09.00 horas porque a las 09.45 ya se acercan clientes. «Para muchos somos un referente. Me dicen: "tienes derecho a jubilarte, pero ¿no podrías esperar unos años más?"», aclara riendo ante una fidelidad ganada a base de trabajo y décadas.

Fue en 1950 cuando su suegra, Otilia Pensado, una bañesa que se instaló en Santiago después de haber llevado junto a su marido la cantina de las minas de wolframio de Varilongo, se decidió a abrir en el número de 2 de Acibechería una mercería que rápidamente ganó fama. «Ella entendió de maravilla el negocio. Siempre estaba pidiendo género, y de calidad, en una época de gran ocupación para modistas o sastres», resalta sobre una etapa inicial en la que la oferta no solo se ceñía al sector. «Se vendía de todo, desde colonia a granel hasta bisutería. Hace poco nos recordaban que las Marías eran clientas habituales», apunta. «Las internas en Conxo cruzaban Santiago para comprar barras de labios en la tienda y pedían que Otilia se los pintase», evoca risueña sobre una ascendencia que no olvida. «Ella me enseñó el oficio. Yo, que era auxiliar de clínica, me incorporé al negocio después de tener a mi primera hija», señala. «Desde el principio disfruté hablando con la gente. Creo que es difícil que no venda», bromea enlazando con los años de bonanza.

«Las colas que se formaban eran impresionantes, llegaban a la hora y hasta por unos botones se esperaba. La gente sabía que aquí iba a encontrar lo que quería. Venían modistas de aldeas cercanas con listas enteras de pedidos. Había representantes que llegaban a las 09.00 horas y no se iban hasta las 22.00 porque no podíamos atenderlos», destaca. «Teníamos clientes de toda Galicia. De Ferrol o Viveiro venían, y aún vienen, por la Semana Santa. Otros, por piezas exclusivas del traje gallego», encadena mientras pide la palabra Jose María Muñiz, el hijo de la fundadora. «De niño estaban de moda las colchas de ganchillo. En la tienda había tanta demanda que venía un camión con hilo desde Barcelona», rememora, reconociendo el esfuerzo familiar. «Mi madre, con la entrega también de empleadas como Maruja Codesido o María Rey, estuvo al frente casi 50 años, hasta que nos lo cedió, cogiendo Loli las riendas. Ahí decidimos reutilizar un local cercano, en el que ellos habían abierto al principio un taller de confección, como una mercería anexa, de un nivel más alto, en la que vendíamos desde adornos de Swarovski hasta puntillas de Brujas. Con ello también quisimos aliviar las colas, pero no hubo forma, la gente seguía yendo a la inicial», enfatiza divertido. «Mantuvimos las dos hasta que hace 25 años vi que desde nuestro portal y hasta la Catedral solo quedaban siete pisos ocupados. La gente empezaba a abandonar el casco histórico», lamenta. «Ahí cerramos la segunda y abrimos esta en el Ensanche. Poco después, no pudimos renovar el alquiler de la primera y con pena ante todo lo vivido allí nos quedamos solo con esta», explica ya de nuevo Loli.

«Los clientes nos siguieron hasta aquí, tanto los mayores como los jóvenes, que cada vez arreglan más su propia ropa. Atiendo a la tercera generación de santiagueses», subraya con orgullo mientras pasea entre artículos en liquidación. «Me quedo sorprendida de lo que aparece, como fajas de hace 40 años», afirma riendo y sin negar que hay reliquias, «como bordados suizos antiguos», que no vende. «También conservamos la máquina de forrar botones que ya estaba en la Acibechería. Nos pide tanta gente usarla que tenemos lista de espera», sostiene.

«Estamos en buen momento. Me da pena cerrar, por eso hasta el último día escucharemos ofertas, pero yo me marqué esa fecha. Quiero disfrutar de mis nietas», acentúa compartiendo una curiosidad. «No tengo paciencia para las labores, aunque puedo dar clases sobre ello», defiende. «Todos me insisten: "¿y ahora a quién le vamos a preguntar?"», termina agradecida.