Muchos llevaron sus bicicletas para una última puesta a punto «aunque no lo necesitan, es más por una cuestión sentimental». En sus manos confiaron desde conselleiros hasta corredores de La Vuelta; pero «para mí siempre fue todo el mundo es igual, ya fuera un chavalín que venía con la rueda pinchada o un señor de traje y corbata. El que primero llegaba se atendía antes, independientemente de su edad o del dinero que pudiera llevar en el bolsillo. Además, para un chiquillo tener la bici estropeada le supone perder su gran diversión y los adultos también deben aprender a tener paciencia», sentencia Fernando, un hombre que brilla por su honestidad y amabilidad.
Subraya que, además de estar orientados a la reparación, desde que empezó a coger auge el Camino de Santiago su negocio ha tenido una relación estrecha con los peregrinos. «Trabajamos muchísimo con ellos en el embalaje, para mandar de vuelta a casa sus bicis e incluso les gestionábamos el transporte o taxi pare el aeropuerto. Conocimos a un montón de gente de otros países y, en algún caso, hasta hemos ido a visitarlos», destaca Fernando, quien se retira con la sensación de haber cumplido en su trabajo. «Yo no soy nada plusmarquista. Mi gran ambición era que las bicis que entrasen aquí con algún fallo saliesen funcionando. Por eso me parecieron todos estos homenajes tan inesperados como inmerecidos».