Compostela se presenta esta semana en Fitur, la feria internacional de turismo, con una novedad notable: no solo pone el foco, como ha hecho siempre, sobre su patrimonio monumental, que es el gran reclamo turístico de la capital y de Galicia, sino también sobre su atractivo natural. Sobre los seis millones de metros cuadrados de parques que atesora la ciudad. Está bien pensado en clave de sumar atractivos para el perfil del ansiado turismo familiar en estos tiempos pandémicos que valoran como nunca los espacios abiertos, con el gancho añadido de haber aupado al número 1 del ránking arbóreo español al «avó», ese roble ancestral del Banquete de Conxo hasta hace nada un vecino desconocido para los propios compostelanos, y por enfatizar la estrategia de un urbanismo verde que suavice la frontera física y mental entre la ciudad histórica y la que emergió salvajemente a partir de los años sesenta. Sin embargo, en términos de patrimonio natural, Santiago no es solo Santiago y sus parques y ríos, sino una comarca que, aparte de los peregrinos que la recorren por cualquiera de sus Caminos rumbo a la Catedral, es una desconocida para los visitantes. En un radio de apenas media hora desde el Obradoiro, la comarca aporta valor paisajístico, histórico, monumental, cultural, gastronómico, etnográfico, mitológico o literario, entre sus muchos atractivos capaces de incrementar los rendimientos turísticos de toda la zona. Hay fundamentos para articular una oferta turística liderada por el Santiago monumental y verde que integre a la comarca, pero falta una acción coordinada de las administraciones que la impulse y atraiga al sector privado. Tal vez para el próximo Xacobeo.