La joven se incorporó esta temporada al Santiago y relata cómo se convirtió este deporte en su válvula de escape en los momentos más duros de su vida
26 dic 2021 . Actualizado a las 09:47 h.
Risueña y menuda, por su aspecto físico pocos adivinarían que Yanca Almeida juega al rugbi y compitió en primera división. Nacida en Brasil, acaba de recibir la nacionalidad española a sus 25 años, aunque pasó gran parte de su juventud en Galicia. Con solo 12, se cruzó en su vida un deporte para ella desconocido, dice: «Vivía en A Coruña y llegó un chico con una nueva actividad extraescolar, Miguel Toci. Yo estaba sufriendo acoso escolar porque era bastante gordita. Buscaba un sitio en el que integrarme, donde sentirme bien conmigo misma, y el rugbi era una actividad en la que ser corpulenta era una ventaja». Durante un año fue la única chica del equipo: «Era una situación un poco incómoda, pero no en el campo. Yo era grande y no tenían miedo de hacerme un placaje, ni yo tampoco de hacerlos [se ríe]. Pero, para seguir jugando, teníamos que apuntarnos en el Club de Rugby Arquitectura Técnica (CRAT), que entonces no tenía equipo femenino para esas categorías. Mis padres no querían que jugase en uno mixto. Tenían miedo de que los niños acabaran metiéndose conmigo y que fuera incluso peor que en el colegio. Ahora, con el tiempo, los entiendo».
A los 17 años Yanca retomó el rugbi, cuando atravesaba otro momento duro: «Volví a sufrir bullying en el instituto. Llegué a enfermar de bulimia y anorexia. Tenía la necesidad de encontrar a la niña que se sentía feliz en el campo y a la que le daba igual todo. Entonces ya había equipo femenino en el CRAT, con chicas que estaban muy fuertes y hasta jugaban en la selección española. Yo era chiquitina y regordeta, y eso me motivó muchísimo. Cada vez que iba a entrenar recibía por todos lados, pero me levantaba e iba a por otra, hasta ser yo la que derribaba. Chupé banquillo durante tres años. Estaba fuera de convocatoria semana tras semana... hubo mucho llanto», reconoce esta mujer tenaz, hasta que consiguió hacerse un hueco. «Las veteranas empezaron a irse. En el rugbi femenino no se cobra aunque juegues en primera y muchas lo dejaron por un trabajo remunerado. Empecé a entrenar mucho y, para bajar de peso, salía a correr sola y hacía dieta. Jugué todos los partidos de división de honor. Fue divertido, pero perdíamos casi siempre. Había un ambiente muy competitivo entre nosotras y en ese momento decidí dejarlo. Pensé que no era para mí y me fui a Ferrol a estudiar higiene bucodental».
Allí coqueteó con el remo, hasta que se formó un equipo de rugbi ferrolano y una exdelegada de la selección gallega, Esther Ruiz, se interesó en ella. «Coincidí con un buen grupo de gente simpática en el club, de la que te hace bien, y me hicieron recuperar la ilusión. Sin embargo, era complicado ir a clase, estudiar y entrenar a ese ritmo», relata. Más se complicó poco después, cuando la llamó el CRAT para volver a primera. Tuvo que decidir entre un deporte no pagado y el trabajo. Intentó compatibilizarlo, sin éxito: «No podía tener una conmoción en un partido el domingo y estar a las 6 de la mañana lista para trabajar».