Rafael Silva, fundador de la librería Follas Novas: «Cuando abrimos en 1971 íbamos a buscar libros a las editoriales en coche»

Olimpio Pelayo Arca Camba
O. P. Arca SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

«En Montero Ríos estábamos el bar Jócar, la farmacia Salgado y nosotros, era casi el extrarradio»

28 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno llega a sentirse un poco como el fraile Ero de Armenteira tras conversar con Rafael Silva (Silleda, 1937). Porque el tiempo vuela en la placidez de la librería Follas Novas de Santiago, de la que fue uno de sus fundadores, mientras escucha las vivencias de un hombre apasionado por la cultura, que la transmite con calma y sin asomo de afectación.

—¿Cómo fueron los inicios, en la apertura en diciembre de 1971?

—Comenzamos el año anterior con la preparación del local. Y en 1971 empezaron a entrar los libros. Los primeros, de Galaxia y Castrelos, que fuimos a buscar a Vigo en un Simca. Tratábamos a Ramón Piñeiro y García Sabell, y nos parecía importante contar con obras en gallego. Nos trajo alguna consecuencia, pequeña, porque de vez en cuando nos rompían alguna luna. Y la ciudad tardó un tiempo en tomar conciencia de que era una librería general, no solo con libros en gallego. Por otra parte, un amigo me llevó a ver una pancarta grande en San Domingos de Bonaval que ponía «Follas Novas explota o pobo», como diciendo que vendiendo en gallego íbamos a explotarlo. Pero si casi nadie compraba ...

—¿De qué autores gallegos tenían obras a la venta?

—Había algo de Castelao, pero de política, como Sempre en Galiza, nada. De Rosalía de Castro había más, porque [en la dictadura franquista] no la tenían por política sino como poeta lírica. Más tarde apareció Edicións Xerais, y la producción en gallego aumentó mucho. En 1971 hasta se veía mal hablar en gallego, pero creíamos que iba a experimentar un auge. Eran tiempos de cambio, después del Concilio Vaticano II y con repercusiones aquí del mayo del 68 francés, como las huelgas en Medicina.

—¿Cómo se surtía la librería?

—Al principio muchos de los libros a la venta eran de editoriales como Losada de Argentina, o Porrúa de México, porque no había en España obras de Sartre o Camus; nos enviaban de aquellos países adonde se habían exiliado intelectuales españoles tras la guerra, como Sánchez Albornoz. Con las editoriales catalanas y de Madrid teníamos el problema de que no nos conocían, y no se fiaban para enviar los libros. Así que íbamos por detrás de González, de solvencia reconocida. Por eso a veces iba yo en persona, los traíamos en coche o los mandábamos venir en tren. Cuando cogieron confianza en nosotros, ya empezaron a enviárnoslos.

—Aquella logística nada tenía que ver con la actual.

—Una librería que nazca ahora no tiene que tener unos almacenes como los nuestros, porque hoy en un día te ponen el libro desde Madrid. Pero entonces se tardaban cuatro o cinco días en que lo enviaran, por correo o por transporte. Y una persona no espera ese tiempo por un libro. Empezamos con una empleada, hoy son 16 y en torno al millón de libros. Y si no lo hay aquí, en un día y medio lo conseguimos.

—¿Qué siente por el reconocimiento de sus vecinos al medio siglo de Follas Novas?

—Fuimos el tercer negocio de Montero Ríos. Estaba el bar Jócar, la farmacia de Salgado y nosotros. Era casi el extrarradio, la Praza Roxa estaba en barro y por la cuesta subían coches, pero había algún poste de la luz en medio. En los campos de Ramírez aún había algo de centeno, como había escrito Rosalía. No teníamos esta inmensidad de libros, pero tampoco había clientes para ello. Sobre el reconocimiento, muchos comerciantes lo merecen. Esta es una ciudad agradecida. Al tiempo, es una responsabilidad, tienes que ser muy correcto. Debemos dar prueba de urbanidad y de cultura con quienes vienen a la librería a buscarla.

El cicerone del general De Gaulle en el Pórtico de la Gloria

Rafael Silva se dedicó en cuerpo y alma a Follas Novas, donde destaca el apoyo que tuvo de su hermano Amador hasta su fallecimiento. Pero su vida fue mucho más: leyó con la máxima nota su tesis doctoral en la Universidad Pontificia de Salamanca, impartió clases en Magisterio, fue marchante de arte por su afición a la pintura y autor de varios libros. Uno de ellos, un estudio del Pórtico de la Gloria.

—Y tuve la suerte de que el canónigo don Jesús Precedo, que había sido profesor mío de francés, me llamase para explicarle el Pórtico al general De Gaulle y a su esposa en una visita a Santiago en 1970. Por cierto, que De Gaulle se quedó un poco molesto cuando le enseñaron un cáliz y le indicaron que había sido donado por el mariscal Pétain.

—Visitaron su librería infinidad de destacados escritores, varios de ellos premios Nobel.

—Recuerdo mucho a Camilo José Cela, pasaba muchas veces, y compraba libros. El más amable, Torrente Ballester. Se sentaba en una mesa y la gente lo rodeaba para escucharlo, sabía transmitir rápidamente. Gabriel García Márquez, cuando fue por el Nobel, estuvo en la librería. Yo tenía sus obras seleccionadas, pero él me preguntó por las de Cunqueiro. Dijo que las tenía casi todas y que el escritor de Mondoñedo era verdaderamente merecedor del Nobel.

—¿Cree que el libro electrónico acabará con el de papel?

—Cuando llegaron las fotocopiadoras, la gente nos decía que iba a ser el fin de las ventas, que los estudiantes iban a comprar un libro para fotocopiarlo luego. No fue así. La gente no quiere papeles sueltos, prefiere un libro. En la sección infantil, sobre todo los sábados, vienen los padres con los hijos, que revuelven hasta encontrar el que quieren: si van acostumbrados a ese libro de papel, a su olor, a su tacto, a poder subrayarlo ... Ya los egipcios escribían en pergaminos, el libro llegó a nosotros y yo creo que la gente seguirá dándole su valor.

—¿Ese acceso directo al libro fue una novedad de Follas Novas?

—Lo había visto en distintos países de Europa. En las librerías de Santiago estaban cerrados en vitrinas; nosotros los pusimos al alcance, para verlos y tocarlos. No fue bien aceptado por el sector y en una reunión dijeron que eso instigaba a robarlos. Pero Abraxas abrió con el mismo sistema, y otros lo implantaron luego.

—¿Un librero de vocación se jubila?

—Jamás. Yo soy de vocación literato, y de profesión, porque los libros nacieron ya conmigo, siempre estuvieron a mi lado. Y me gusta la pintura, es una pena no tener espacio para exponerla.

Al salir de la librería, una clienta le felicita por su homenaje: «Ya no quedan libreros como usted». Silva sonríe agradecido, pero le contesta que hay relevo.