E perfil de las personas que entran por la puerta de su estudio es muy variado y entre sus clientes hay también personas que superaron los 60 años que acuden a hacerse su primer tatuaje. Miguel es la persona que agenda las citas y tiene el primer contacto con el público, por lo que escucha todo tipo de historias de todo tipo que motivan los tatuajes y ocurrencias. «La idea más surrealista, siempre lo digo, fue la de un chico que nos llamó desde A Estrada y quería tatuarse en la cara a Pablo Escobar. Después de una charla, conseguí convercerlo de que si al día siguiente seguía con la misma intención, se lo hacíamos», indica. ¿Relatos emoticos? «Hay mucha gente que se hace un tatuaje por un amigo fallecido. Es el más recurrente, y muchos temas relacionados con los abuelos. Recuerdo en especial a una persona joven que había perdido a una hija y me impresionó mucho la entereza con la que lo contaba, porque además tenía a otra hija en el hospital. También hay mucho desamor... casi tanto como amor. Una clienta vino hasta tres veces a hacerse a hacer un cover de su expareja para poner el nombre del que lo había sustituído».
Reconoce Miguel que el primer tatuaje que le hicieron «fue un flechazo. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea de hacerme uno, hasta que un día un cliente me enseñó el suyo y, buscando a su tatuador, encontré un árbol de la vida con raíces que formaban un corazón realista». Hoy, confiesa, ha perdido ya la cuenta de los que tiene.