Marcos Coll: «En solo un año pasé de tocar en el metro a actuar con un ex de los Rolling»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO DE COMPOSTELA

SANTIAGO CIUDAD

Pasión por la armónica y el Obradoiro. El armonicista Marcos Coll, afincado en Berlín, vuelve a su ciudad, donde el día 31 tocará en el TradFest. Con orgullo muestra su brazo: «Un amigo tatuador probó  conmigo. Yo estaba viendo un partido del Obra y no dudé con el dibujo»
Pasión por la armónica y el Obradoiro. El armonicista Marcos Coll, afincado en Berlín, vuelve a su ciudad, donde el día 31 tocará en el TradFest. Con orgullo muestra su brazo: «Un amigo tatuador probó conmigo. Yo estaba viendo un partido del Obra y no dudé con el dibujo» XOAN A. SOLER

El armonicista santiagués, uno de los referentes a nivel europeo, llegó a compartir escenario con Chuck Berry o Tom Jones. «Aluciné al decirme mi hermana que yo salía con mi grupo de blues en su libro de ESO», destaca

17 ago 2021 . Actualizado a las 11:43 h.

Restan seis días para que Marcos Coll actúe en el TradFest, el festival de cultura tradicional gallega promovido por La Voz de Galicia y que sirve de fin de fiesta al Apóstolo. Sin embargo, a este armonicista nacido en Madrid, criado en Santiago y afincado desde el 2004 en Berlín, ya se le pudo ver esta semana en su ciudad. «Aquí está mi familia y mis amigos; aquí empecé», destaca con morriña a sus 45 años al recordar una trayectoria vibrante que arrancó en los 90.

Fueron sus padres y, sobre todo, su tío quienes le introdujeron en el blues. «Cuando cayó una armónica en mis manos, ya no la solté», asiente al evocar unos inicios en los que, de forma autodidacta y junto a amistades como la del también músico compostelano Adrián Costa, comenzó a despuntar. «Con 15 años formamos la Red Blues Band y dimos nuestro primer concierto en la Sala Nasa. Es la actuación a la que tengo más cariño, aunque musicalmente fuese la peor», resalta divertido. «Actuábamos en la calle o en bares de la zona vieja, como el Cuncas Blues o el Metate. Creo que a la gente le hacía gracia que en un momento en el que ya no se escuchaba esa música, unos niños la tocasen. Por nuestra edad nos permitían ciertas gamberradas. Muchos aún se acuerdan de nosotros trasladando los instrumentos en un carrito de la compra», encadena riendo y sin olvidar citar más escenarios, como la Casa do Patín, de la que llegó a ser socio.

En 1999, con 23 años, da el salto a Madrid. «Quería crecer en el blues. Intenté darme a conocer en jam sessions y, sin esperarlo, me llamaron de la Tonky Blues Band, el grupo pionero a nivel estatal, con el que hice festivales y grabé con leyendas. En solo un año pasé de tocar en el metro a actuar con un ex de los Rolling», reflexiona al repasar sus giras junto al guitarrista Mick Taylor. «Me acuerdo de tocar con él, dormir cinco horas e ir a cargar cajas a una empresa de mudanzas. Eso me chocaba, pero también me hacía mantenerme en el sitio. Cuando lo veía en nuestra furgoneta, sin aire acondicionado, pensaba en que antes había viajado en jets privados. Esto es pasión y sacrificio», sostiene antes de rememorar más experiencias, también junto a Buddy Miles, quien fue batería de Jimi Hendrix. «Él me marcó. Aún recuerdo las historias que nos contaba. Teníamos un trato cercano, se reía con mi descaro y, cuando vino a Santiago, conoció a mis amigos. Creo que apreciaba que me importase la música, que no fardase de estar con él. De hecho, casi no tenemos fotos juntos», admite. Sin perder la sonrisa, también alude a su concierto junto a Tom Jones. «En Madrid actuábamos en un local que tenía encima un tablao flamenco, adonde llevaban a los famosos que cenaban en Casa Lucio. Un día vino él y nos pidió cantar. Estuvimos casi una hora. Esa es otra vivencia que no te crees hasta que pasa el tiempo, como la de, una vez que ya formé allí el grupo Los Reyes del KO junto a Adrián Costa, poder hacer una gira con Chuck Berry», añade al rescatar ya los éxitos de un dúo que conectó con el público y con el que, años después, se trasladaría a Alemania. «Aquí conocíamos toda la escena de blues y queríamos seguir aprendiendo. En Berlín hay mucha tradición. Es tan común que hay quien pide una armónica en los funerales. Yo tengo hecho varios», comparte con humildad sin negar que la banda logró hacerse rápido un hueco en la crítica europea. «Nunca me lo acabo de creer», incide. «De todas formas, si hay algo que me llena es que músicos gallegos afirmen que empezaron a tocar la armónica gracias a mí. También aluciné cuando mi hermana me dijo que yo salía con este grupo en su libro de música de ESO», remarca risueño. «Otra cosa de la que presumo es de la foto que tengo en Sar con mi hijo y Moncho Fernández», desliza al referirse ya a su otra gran afición, el Obradoiro, equipo al que seguía en los 80 -etapa de la que asegura aún recordar un sinfín de jugadas y marcadores- y con el que se reenganchó desde la distancia una vez que regresó a la ACB. «En los conciertos, si hay partido, miro entre canción y canción el móvil. Hasta ahí llega mi enfermedad», confiesa riendo. 

«Para mí el Obra representa mi infancia, volver a Santiago. Quiero que mi hijo tenga raíces aquí. Esta vez me tardaba tanto venir que mi mujer regresa antes a Alemania y yo me quedo una semana más con él», acentúa.