Carla Amorim busca apoyo institucional para abrir uno de uso público en la ciudad
14 jul 2021 . Actualizado a las 09:13 h.
Es portuguesa y se mudó a Galicia hace 15 años, después de conocer al pontevedrés del que se enamoró. Ahora él y Carla Amorim viven, con sus dos hijos, en Santiago. En su casa de Villestro es donde ella llevó a cabo la «osadía de crear un jardín japonés», dice entre risas, el cual abre a los visitantes y enseña gustosamente, explicándoles qué significado tiene cada cosa. ¿Cómo nace la idea? Surgió cuando Carla decidió hacer una remodelación de su jardín delantero, de unos 100 metros cuadrados, en donde había dos robles centenarios que aún conserva y que ofrecen la sombra necesaria para que crezca de forma natural el musgo típico de la jardinería oriental. Su estanque y jardín seco o zen son dos de las zonas que más llaman la atención. Ella se siente especialmente orgullosa de su fuente japonesa porque, aunque «es muy básica, la hice yo misma». La instaló junto a la entrada, de forma simbólica, para limpiar en ella las manos y lavar la boca como gesto de purificación. «Esto no es un salón de té ni hay ceremonias dentro de la casa, pero de alguna forma el hogar es un espacio sagrado al que hay que entrar dejando atrás todo lo malo al cruzar la puerta, olvidándose de los agobios del día y del trabajo», aclara.
Explica que todo fue fruto de una casualidad y empezó como una afición. «Descubrí, visitando los viveros que hay alrededor que aquí tenemos las especies de plantas que se suelen usar en Japón, empezando por la camelia, considerada ya como la flor de Galicia. Vi que había muchos casos en los que su nombre científico terminaba en japónico y, buscando inspiración, acabé indagando sobre el diseño japonés. Tenemos las condiciones idóneas y la climatología para que la vegetación crezca como allí. Y existe, además, un nexo de unión entre las dos culturas, hermandadas por el Camino de Santiago y el Kumano Kodo, las dos rutas de peregrinación reconocidas por la Unesco... Pensé: "Hay jardines japoneses en muchas partes del mundo, pero aquí tiene aún más sentido"», relata.
Corría el año 2008, aunque la construcción no fue hasta el 2012. «No es tan sencillo como ir plantando aleatoriamente. Hay que entender que cada zona simboliza una cosa y necesitas una infraestructura para realizar la obra. Las piedras son el esqueleto del jardín y yo utilicé el granito local, como se hace en Japón», indica Carla, quien empleó dos toneladas de piedra y reconoce que dejó atónito a algún vecino al ver llegar los camiones que las transportaban. «No entendían que, en vez de sacar las piedras del jardín como todo el mundo, las metiese», comenta divertida. «El mayor reto es ser consciente de que este tipo de jardinería es centenaria y hay unos fundamentos y principios que hay que respetar, aplicables en cualquier elemento estético que comunica con cualquier persona del mundo. Se trata, básicamente, de construir a escala humana los elementos de un paisaje natural, en la que no hay formas simétricas y el número de plantas debe ser impar, por una cuestión de simbología. No tiene tanto que ver con qué especies o elementos se usan, sino con esa representación. Traer de allí plantas que no se adaptan y acaban muriéndose contradice todos los principios del jardín japonés, que debe adaptarse a las circunstancias y elementos del sitio en el que se va a hacer. De hecho, hay jardines japoneses en Arizona, entre otros muchos lugares del mundo», destaca. «En mi caso, salvo los pinos silvestres que hay junto al estanque y que hemos ido podando como si fuera un bonsay para no romper esa relación de tamaño, el resto de plantas pueden encontrarse en cualquier otro jardín de Galicia».