Zamo Tamay: «Al principio tenía la tienda y no se lo decía a casi nadie; estaba feliz en la calle»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO DE COMPOSTELA

SANTIAGO CIUDAD

El ilustrador, humorista gráfico y comunicador Juan Carlos Zamora muestra sus obras ante su conocida tienda de la rúa Nova. Tras él, salta a la vista la figura del fotografiado  Seferino. «Es mi peregrino divino, de ahí su nombre. Yo lo escribo con ''s'' por mi seseo», apunta divertido el creador colombiano
El ilustrador, humorista gráfico y comunicador Juan Carlos Zamora muestra sus obras ante su conocida tienda de la rúa Nova. Tras él, salta a la vista la figura del fotografiado Seferino. «Es mi peregrino divino, de ahí su nombre. Yo lo escribo con ''s'' por mi seseo», apunta divertido el creador colombiano XOAN A. SOLER

El artista reabrió el pasado día 2 su emblemático local de la rúa Nova. Más de 25 años después de afincarse en Santiago, revive su giro vital: «En mes y medio dejé todo en Colombia y me vine»

12 abr 2021 . Actualizado a las 21:00 h.

Con una cadencia que delata su origen colombiano, Juan Carlos Zamora Tamayo admite que la dura pandemia casi le lleva a cerrar su emblemática tienda de arte de la rúa Nova. «Un día incluso salí hacia la gestoría, pero una proveedora me animó a seguir intentándolo. Reabrí el 2 de abril», apunta este creador de 57 años que, sin necesidad de preguntas, enlaza con pasión etapas de una trayectoria que ya despuntó en su infancia en Cali.

Apasionado del dibujo, estudia allí artes plásticas y comunicación social. «Fui ilustrador y humorista gráfico en revistas y diarios. En uno tenía una página de ‘‘Bufonadas'', sátiras contra políticos o narcotraficantes. Coincidía con la guerra de los carteles, pero yo vivía en mi burbuja académica», rememora sobre unos años en los que crecía también como profesor y asesor o director de eventos culturales. «Me vi ante la opción de crear una firma de comunicación o de presentar un programa en la televisión local y temí relegar otras libertades expresivas como artista. Iba camino de ser un burócrata cultural y no quería. Nunca tuve apego al dinero», confiesa. «En 1994, con 30 años, supe que en Santiago se creaba un máster internacional en creatividad. No lo dudé. En mes y medio dejé todo en Colombia y me vine como alumno», remarca mientras evoca conexiones iniciales que le emocionaron. «Al poco de llegar, estando en Noia, sonaba en un bar un vallenato. Pregunté si había un colombiano y el camarero me dijo ‘‘eu''. Era el hijo del poeta Avilés de Taramancos», recuerda risueño.

Finalizado el máster, tiene claro que quiere vivir creando. Tras una estancia en Segovia como profesor y, en Madrid, donde seduce como ilustrador en el Retiro, regresa a Santiago para quedarse. «Tuve un flechazo. Me parecía el pueblo más cosmopolita, con su efervescencia cultural», precisa. «Me reinventé como artista callejero y empecé a vender en Praterías dibujos de la Catedral o de las rúas, ya como Zamo Tamay, porque muchos me preguntaban por qué firmaba como Zamora si estaba en Santiago», comenta riendo sobre unas láminas que le popularizaron en la ciudad y de las que, en diez años, llegaron a adquirirse, también en bares, más de 30.000. «Para mí el ejercicio creativo no solo era el dibujo, sino cómo lo vendía. Me movía el establecer diálogos con la gente, muchos peregrinos. Mi puesto parecía un tertuliadero. La calle fue también mi escuela», enfatiza antes de probar esta querencia. «En el 2003, mi primera mujer, una gallega con la que tuve una niña, me convenció, por seguridad, en coger esta tienda, de la que estaba enamorado. Aquí compraba las marionetas de Sandra Barros. Pero al principio la tenía y no se lo decía a casi nadie; estaba feliz en la calle», aclara.

Ya sobre el local, en el que tanto vende sus obras pictóricas como otras de distintos artistas, explica el por qué de la llamativa figura de la entrada. «Un día, mientras tomaba en la terraza de al lado una de mis paellas, pensé en un personaje que expresase ‘‘alucino con lo que hay abajo''. Así nació el peregrino Seferino que quizás fuese tras Zapatones el segundo más fotografiado», apunta con gracia al aludir a un ámbito, el de la ruta, en el que se centró en los últimos años, con obras en las que materializa, de forma cómplice, los recuerdos de los caminantes, quienes lo conocen por el boca a boca. «Entre las funciones del arte está emocionar, crear un proceso reflexivo. No olvido a una familia a la que su hijo invitó a hacer el Camino y falleció. El texto que escribí con sus padres sobre un dibujo fue liberador. Nos abrazamos. No había covid», resalta conmovido al hablar sobre unos regalos personalizados a los que ahora añade un enfoque musical o de videocreación. Sin descanso, avanza que quiere acercarse de forma creativa a la identidad gallega, como el trabajo que hizo para Moha, el hostelero que popularizó sus tortillas en la rúa Nova. «Dibujé su mundo de huevos y gallinas en los manteles, con personajes llenos de guasa. Y lo hice ya en gallego», acentúa ante unos lazos con la tierra cada vez más fuertes. «En tres años habré vivido la mitad de mi vida en Santiago. Tengo el corazón dividido. Con un romance, colombiano, no pude negociar el clima de Galicia, pero yo ya no me imagino yéndome definitivamente de aquí», concluye.