Los enamorados que vivieron su amor en unos cuadros

SANTIAGO CIUDAD

cedida

David Uclés convierte las obras de arte en un hábitat vital en la novela «Emilio y Octubre», un canto a la eliminación de fronteras que trae consigo el enamoramiento

09 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En 1980 Blanca Andreu ganó el Adonais con el poemario titulado De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Un cuadro de este pintor, El cumpleaños, es uno de los muchos que acoge a los protagonistas de Emilio y Octubre, una novela de David Uclés (Úbeda, 1990), en la que las obras de arte dejan de ser meros objetos de contemplación y, como ocurría en los versos de Andreu, se transforman en un hábitat vital. Un escenario que encaja a la perfección con el planteamiento del novelista, que toca registros como la distopía, el onirismo vinculado a lo surrealista y unas dosis de realismo mágico para componer una historia que, en esencia, es una historia de amor. La relación que establecen los personajes que le dan título al libro va desde el nacimiento de uno -«Hoy es el día en que nazco», arranca Emilio su narración- hasta la muerte del otro. Desde ese nacimiento contado en primera persona, con toda profusión de detalles, desde los físicos hasta un contexto que se revelará fundamental -el niño que cree hasta los 12 años que la figura infantil que ha pintado Murillo y cuya reproducción ve en casa es, en realidad, él mismo-, se van sucediendo una serie de episodios que apuntalan esa historia de amor que, en el fondo, también es un canto a la eliminación de fronteras de todo tipo que trae consigo el enamoramiento. Ambos emprenden un viaje en el que Uclés juega con la trama para prescindir de una narración lineal y que sea la propia novela la que sostenga la historia con su lenguaje. Con palabras, pero también con esos cuadros que se vuelven tridimensionales y se abren a los protagonistas. Y también con música, de Bach a Ravel y de Satie a Pärt: no en vano el libro se cierra con un listado de obras de arte y piezas musicales. Y en este planteamiento que bebe tanto de lo real como de la imaginación, no falta Galicia, desde una abuela gallega que le enseña a su nieto que formiga es palabra más fermosa que hormiga, pasando por el arco contiguo a la catedral de Santiago que consigue dotar de magia a los sones de quienes se colocan bajo su bóveda.