La crisis integra a hosteleros, músicos y feriantes en las colas de la ayuda social en Santiago

Margarita Mosteiro Miguel
Marga Mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

Las entidades también reciben peticiones de trabajadoras domésticas

04 abr 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

La brecha entre las personas que tienen un contrato de trabajo y un sueldo estable cada mes y quienes no lo tienen es cada vez más grande, según los responsables de las entidades sociales que trabajan con los colectivos más desfavorecidos de Santiago. La crisis económica vinculada al covid transformó el perfil de quienes requieren de apoyo para atender sus necesidades básicas, y a lo largo de los últimos doce meses este nuevo perfil parece estar cada vez más asentado.

En las primeras semanas del covid, con la mayoría de las entidades sociales cerradas por el confinamiento total, el Ayuntamiento, por medio de Protección Civil, asumió el trabajo que realizan habitualmente numerosos particulares de forma altruista y en silencio. En estas primeras semanas, los auxiliados eran personas de los colectivos de siempre, que vieron cerradas las sedes de las asociaciones que se encargan del reparto de alimentos. Casi inmediatamente saltó la alarma al incorporarse vecinos procedentes de la economía sumergida, y trabajadores de la hostelería y comercio pendientes de cobrar los ERTE. Fuentes del Banco de Alimentos amplían el grupo de los nuevos pobres con la incorporación de empleados de los espectáculos y eventos; músicos del ocio nocturno, feriantes, ambulantes de atracciones y, entre otros, montadores de escenarios.

El retraso en el cobro de los ERTE hizo que, muchos trabajadores con salarios justos y sin ahorros se vieran obligados a recurrir al auxilio social para comer. El grupo de los nuevos pobres no ha dejado de crecer desde marzo del año pasado, según confirman desde Cáritas, Banco de Alimentos, Amigos de Galicia y Paluso. En las entidades sociales creen que, pese a que el cobro de prestaciones laborales está regularizado, salvo excepciones, la realidad es que la cantidad que se percibe es menor al suelo habitual, no solo porque el porcentaje baja a medida que avanzan los meses, sino porque parte de sus sueldos se venían cobrando en negro.

A Cáritas Interparroquial regresaron personas que, tras años de esfuerzo, habían conseguido la ansiada independencia económica, que ahora se confirma que era frágil. El perfil del pobre que deja el covid es, según diversas fuentes, el de una familia monoparental, fundamentalmente mujer, con hijos a su cargo, con trabajo en el servicio doméstico, y cuyos empleadores rompen la relación laboral por miedo a un contagio. En este grupo, en el que también hay nacionales, la mayoría son inmigrantes, que ahora no pueden renovar sus papeles al carecer de trabajo, señalan desde Cáritas.

Chus Iglesias, del Paluso, se mostró angustiada por los trabajadores de la economía sumergida, «sobre todo inmigrantes, que trabajan sin contrato, y que se quedan sin trabajo, sin dinero y sin papeles». En Cáritas Interparroquial están preocupados por «las grandes diferencias sociales que se están generando», y los problemas que tendrán muchos de los «nuevos pobres» para volver a engancharse al ritmo de vida normal. Alertan de los casos de trabajadores que consiguieron «no sin esfuerzo tener un pequeño colchón para imprevistos, pero ahora están al límite. Los ahorros de particulares se agotan, tras un año sin ingresos, y nos tememos que empiezan a venir». Desde las entidades sociales alertan de las secuelas de «inseguridad, ansiedad y estrés que dejará la era covid».

«De una vida normal con crédito de coche, hipoteca y vacaciones a pedir para comer»

Todas las personas consultadas de las entidades e instituciones sociales coinciden en que, además del perfil de los que se quedaron sin los ingresos justos obtenidos en la economía sumergida, hay un grupo de afectados que tenían una «vida normalizada, que pagaban el crédito del coche, la hipoteca, que se iban de vacaciones», apuntan en Cáritas. Son personas que pasaron de tener un nivel de vida «normal a tener que pedir para comer. En este grupo podemos estar cualquiera», apunta una de las trabajadoras sociales de Cáritas. El principal de los problemas es que los ERTE, cuando se cobran, no son suficientes para hacer frente a todos los gastos, y las cuentas de ahorro merman al ser necesario hacer frente a una serie de facturas que antes no suponían un problema.

David Ríos, presidente de la Asociación de Veciños de Vista Alegre, que montó una red de ayuda para sus vecinos durante los peores meses del confinamiento, mantiene las líneas de apoyo al agudizarse las dificultades económicas. En un primer momento, la red colaboró con los mayores del barrio para hacer recados y compras, y con familias con niños para cederles ordenadores para las clases en casa, pero en pocas semanas tuvieron que centrarse en el reparto de comida. Actualmente algunos vecinos recuperaron sus trabajos, aunque en muchos casos en precario, lo que les obliga a seguir repartiendo alimentos entre las familias sin recursos del barrio, y «seguiremos mucho tiempo».