La reapertura de la hostelería llena la ciudad de alegría colectiva tras un mes de cierre forzoso
08 mar 2021 . Actualizado a las 18:46 h.Una fiesta. La fiesta de la normalidad, por condicionada y llena de limitaciones que esté. De poder compartir un café con los amigos, de tomar el aperitivo en una terracita con el sol en la cara o de comer sentado a una mesa y no tirado en la calle. Así ha sido la reapertura de la hostelería en Santiago, una alegría colectiva que ha dibujado inmensas sonrisas que ni las mascarillas conseguían tapar. La crónica de esta ansiada jornada de la desescalada de la tercera ola de la pandemia del coronavirus podría resumirse en una única frase: «Había ganas de vida». Esa fue la rotunda y redonda respuesta que ofrecieron Alba, Cristina y Lidia, tres estudiantes universitarias que desayunaban unos cafés con cruasanes en el Krystal, cuando se les preguntó si ya apetecía poder volver a los bares.
En el Krystal, en la Praza Roxa, la fiesta era doble, porque sus nuevos dueños, la familia Méndez, finalmente consiguieron hacer coincidir la inauguración del local con la primera jornada de reapertura de la hostelería. La satisfacción era máxima para Julio Méndez y su hijo Javier, el gerente, que han renovado las instalaciones de un establecimiento que ha sido un clásico compostelano y que ahora se ve mejorado con la experiencia de los propietarios del grupo La Polar de Monforte. Las tapas de las especialidades de la casa, la ensaladilla, los callos, el jamón o la pizza casera, entre muchas otras, volaban y costaba encontrar una silla vacía.
Mesas llenas, terrazas a reventar y mucho ambiente era la tónica generalizada en el Ensanche en este día en el que por fin pudimos decirle hola a las tazas y adiós a los vasitos de cartón en los que el café ni sabe igual ni llega jamás a enfriarse. «La verdad es que en la terraza estamos trabajando muy bien, aunque se notará más cuando lleguen los estudiantes», explicaba Javier Cao, camarero del Lembranza, en Montero Ríos.
Juan Ramón García Tomé, propietario de otro local con solera como es el Zum Zum, en República del Salvador, afrontaba la vuelta al trabajo con ilusión, pero también con un claro llamamiento dirigido a la Xunta. «A ver si de a poquito vamos normalizando la situación, pero si nos obligan a cerrar tienen que darnos más ayudas», señalaba.
En el Maycar, en Doutor Teixeiro, también estaba el local lleno, aunque con el aforo máximo del 30 % y la prohibición de usar la barra significa que solo pueden atender a 17 clientes a la vez en un establecimiento en el que caben con holgura setenta. «Pese a todo, es un alivio poder volver a trabajar en el interior del local», señalaba uno de los camareros.
El burbujeo de felicidad traspasaba las fronteras del Ensanche, cruzaba la frontera de A Senra y se irradiaba por buena parte de la zona monumental. Porta Faxeira era un hervidero, con las terrazas llenas de clientes, muchos de ellos jóvenes estudiantes como Simón, Sergio, Ana y Nerea, que disfrutaban de unos vinos y unas cañas con una alegría que contagiaba a todo aquel que pasase cerca del chisporroteo de sus ojos llenos de satisfacción por el regalo de la cotidianeidad. Cuando los brindis cesaron, estos estudiantes de Diseño en la escuela Mestre Mateo también demostraban tener la cabeza amueblada de sensatez. Ellos aplauden las restricciones y aseguran cumplirlas, aunque se quejan de la dificultad de entender tanta y tan cambiante norma y no ven bien el toque de queda. «Si los bares tienen que cerrar a las seis de la tarde, ¿qué más da que estés en la calle a las once de la noche?», se pregunta Ana. Los cuatro, además, se sienten discriminados con respecto a los universitarios porque no les han hecho cribados para detectar positivos pese a que ya han vuelto a las clases presenciales.
Para que con tanta felicidad a nadie se le olvidase la importancia de cumplir las normas anticovid, la Policía Local de Santiago organizó patrullas especiales de vigilancia a pie con agentes que controlaban aforos y que no dudaban en llamar la atención a aquellos clientes que hacían un mal uso de la mascarilla corrigiendo su comportamiento con gestos elocuentes y haciéndose entender incluso a mucha distancia.
La cara b de esa alegría es el durísimo impacto que ha supuesto para la hostelería compostelana el largo año de pandemia y los intermitentes cierres forzosos que han sufrido. El golpe ha sido definitivo para muchos establecimientos que ya han cerrado para siempre y que ayer no se sumaron a la reapertura. El efecto se hace especialmente visible en A Raíña, donde son muchas las verjas que se han quedado bajadas, algo que preocupa a Ana Cabanas, del San Jaime, uno de los que sigue luchando al pie del cañón. «Hay que estar ahí, no podemos dejar que la calle se muera. Hay que abrir porque cerrados también se pierde dinero y el cliente tiene que ver que seguimos aquí. No puede ser que nos estemos manifestando y protestando para que nos dejen trabajar y que cuando nos autoricen haya compañeros que prefieran seguir cerrados», señala.
También abren las piscinas y gimnasios y el comercio recupera la total normalidad
La primera jornada de la desescalada de la tercera ola de la pandemia no solo ha supuesto la vuelta al trabajo en bares, cafeterías y restaurantes. La Xunta también ha autorizado la reapertura de las piscinas, los gimnasios y las instalaciones deportivas que, eso sí, deben cumplir las limitaciones de aforo, los usuarios deben hacer uso de la mascarilla y mantener la distancia de seguridad de dos metros entre personas.
También hay muy buenas noticias para el comercio, otro de los grandes damnificados por la pandemia del covid-19. Los centros comerciales podrán volver a abrir sus puertas este fin de semana y las tiendas de calle, que hace días recuperaron su horario normal y pudieron dejar de cerrar obligatoriamente a las 18 horas, ven ahora como la vuelta al trabajo de la hostelería y el fin de los cierres perimetrales devuelven a las calles un bullicio que sin duda se traduce en más clientes y más ventas.
Los comerciantes compostelanos pueden por fin volver a recibir clientes de casi toda el área metropolitana, así como de otras comarcas que, como las del Barbanza, Deza o las zonas de A Estrada, Muros y Noia —la de O Salnés aún no—, acostumbran a hacer muchas de sus compras en Santiago.