Los damnificados invisibles del covid en Santiago

Xurxo Melchor
Xurxo Melchor SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

La pandemia no solo afecta a hosteleros y comerciantes, también a temporeros atrapados en la ciudad por el cierre perimetral o a personas sin recursos que luchan por plaza en los albergues

01 feb 2021 . Actualizado a las 22:47 h.

Aunque no se manifiesten en el Obradoiro o ante la Xunta ni se reúnan con alcaldes y conselleiros, los que por no tener no tienen ni un techo con el que cobijarse también se están viendo zarandeados por la pandemia del coronavirus. Son, como hosteleros, comerciantes y otros muchos sectores, auténticos damnificados del covid, aunque tan silenciosos e invisibles como han sido siempre sus problemas para una sociedad que rara vez vuelve la mirada hacia atrás para posar sus ojos sobre los que se van quedando atrás sin hacer ruido.

Por el momento, el tsunami que ya anuncia la fuerte marejada que ha desatado el covid sobre la economía no ha escupido a mucha más gente a las arenas y fangos de las calles. «En Santiago, más o menos, nos conocemos todos los que estamos en la calle, porque vamos a la cocina económica, y yo diría que puede haber un 10 % más de gente allí como mucho», cuantifica un hombre que pide estos días en un portal de Xeneral Pardiñas. «Yo no estoy en la calle por el covid, yo acabo de salir de la cárcel y no tengo a donde ir», matiza.

No se siente especialmente afectado por el coronavirus, sin embargo, aunque no lo perciba, la dichosa pandemia también ha empeorado un poco más la vida de este sintecho porque, como él mismo explica, la reducción de aforo que ha sido necesario imponer en el albergue de San Francisco —de 25 a solo diez plazas— hace que ahora resulte casi imposible hacerse con un sitio en este refugio, que es el preferido en la ciudad de las personas sin hogar. «Esto quiero que lo pongan bien claro, no es normal que en el albergue haya gente cobrando pensiones y que podrían pagarse una habitación y llevan ahí cuatro meses apalancados», se queja. Y es que con la limitación de movimientos tampoco es posible activar adecuadamente la rotación de plazas con la que organizan los turnos en esta institución de la Iglesia.

Pero también hay ya casos de personas que no pedían limosna y a las que el covid ha empujado a las calles. Eso le ha ocurrido a Fernando, que es de O Grove y que lleva tres meses atrapado en Santiago. Desde que hace años perdió su puesto en una empresa de la construcción, es temporero. Va de aquí para allí en busca de trabajos que son casi siempre informales, sin contratos ni documentos que los justifiquen. «Yo ahora tendría que estar vareando olivas en Jaén, pero con lo del cierre perimetral no puedo ir a ningún sitio sin que me multen», se lamenta. Así que se ha visto obligado a pedir, también en Xeneral Pardiñas, una de las calles más pudientes de Santiago y en cuyo entorno ahora hay entre cuatro y seis personas mendigando cada día. Tampoco tiene plaza en el albergue pero, como muchos otros, tiene un techo gracias a la ayuda de Cruz Roja.

Cerca de allí, en el tramo de Montero Ríos próximo a la plaza de Galicia, hay otro hombre pidiendo limosna con un cartel a los pies y un platillo con dibujos orientales en el que reposan unas monedas. Prefiere que no trascienda su nombre y no culpa al covid de sus problemas, que puntualiza que vienen de mucho más lejos. Sin embargo, en el foco de sus desvelos también se ha cruzado el dichoso virus, ya que asegura llevar meses esperando sin respuesta a que le concedan el ingreso mínimo vital. Y es que entre los ERTE y otras ayudas por el parón de muchos sectores, en las arcas públicas hay un enorme agujero negro que se ha tragado las promesas hechas a los más necesitados.

Un lucense que fue marinero y que lleva tiempo pidiendo en la calle Orfas, en la zona monumental, aporta con su testimonio otro efecto directo que está teniendo la tercera ola del coronavirus entre los que piden en la calle para sobrevivir. «O outro día, cando deron as seis, non había ninguén pola rúa, e esa era a hora na que máis daba a xente, porque vían caer a noitiña e sabían que non temos onde ir», explica sobre el primer día sin hostelería y con el comercio cerrado por la tarde. Él cobra una pensión de 462 euros, pero le descuentan cada mes 210 por una multa pendiente. «Así que teño que pedir para comer, porque dos 252 euros que me quedan pago 200 pola habitación», añade sin dramatizar, acostumbrado a que sus vicisitudes, pandemia o no de por medio, le interesen a casi nadie.