Comenzaron entonces a dar vueltas, porque ni los atracadores y secuestradores sabían dónde estaban ni tampoco ella. Le quitaron el dinero de la recaudación y los dos móviles que llevaba, el del trabajo y el personal, aunque el segundo logró convencerles para que se lo devolvieran con la excusa de que tenía fotos personales e iba a resetearlo. Pese a tener ya en sus manos el botín que buscaban, no la dejaron marchar porque estaban lejos del lugar al que querían ir. «Yo les dije que estaba muy nerviosa y que no podía conducir, pero les dio igual, aunque me dijeron que no me iba a pasar nada. Mi miedo era que se pusiera nervioso y me clavara la navaja ahí en medio de la nada, por eso yo quería tener un teléfono encima», afirma.
Tras algunas vueltas, volvieron a la carretera general, la N-525, y fue allí donde la taxista tomó la difícil decisión de tirarse en marcha del coche, algo que incluso había comentado que haría a sus compañeros si se veía en esa situación. Buscó un lugar en el que hubiera tránsito y, tras hacerle señales con el freno al camión que iba detrás, se lanzó al pensar que le había entendido, porque le dio luces. «Pero no, casi me atropella», recuerda.