Carlos Neira: «Los vecinos me protestaban por tardar hasta julio en reabrir el bar Melide»
SANTIAGO CIUDAD
El hostelero de San Lázaro lucha para que en tiempos de covid pueda pervivir el concepto de taberna. En su otra faceta, la de bombero en Arzúa, revive con emoción su peor momento, la muerte de su sargento el pasado abril
13 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.En la semana en que se renuevan en Santiago las restricciones en los bares, conocemos en el barrio de San Lázaro a uno de los hosteleros que luchan para que en tiempos de covid pueda pervivir el concepto de taberna, «aunque modernizada». Carlos Neira, un compostelano de 45 años, se puso en el 2015 al frente del emblemático bar Melide. Abierto por sus padres hace 35 años -y bautizado con el nombre de la localidad en la que ambos nacieron-, fueron ellos quienes bregaron tras la barra y lograron que el espacio se convirtiese en un punto de reunión y camaradería para todos los vecinos. «Les costaba muchísimo cerrar un día el local, y era por los clientes. Hay gente que viene casi diariamente desde 1985», apunta el santiagués, quien cogió la riendas al fallecer el fundador.
Hay gente que viene casi diariamente desde 1985
«Lo que más te marca es la fidelidad y el cariño que te tienen. No es un tópico, es la realidad. Tras el confinamiento, y con las normas marcadas, que veía inviables para mi local, decidí alargar un poco más el parón, hasta julio. Los vecinos me paraban en la calle y me protestaban por no reabrirlo antes», comenta sin perder la sonrisa, a pesar de la crítica situación actual. «Nosotros estamos facturando un 60 % menos. Antes había jornadas en las que podíamos llegar a tener más de 300 clientes», apunta el hostelero. «Una de las cosas que más rabia me da, al tener que reducir el horario de los tres empleados, es el de no poder abrir a primera hora de la tarde cuando aquí se podían llegar a juntar hasta cinco timbas de cartas. La gente del barrio se quedó sin jugar», comenta pensativo poniendo en valor una de las anécdotas que más le marcó. «Recuerdo a un señor muy mayor que estando enfermo pidió a sus hijos que le trajesen en silla de ruedas para poder ver jugar la partida. Ante episodios así, cuesta mucho imaginar tener que cerrar el bar», algo que, en su caso, descarta. «Nosotros somos dueños del local. Esa es la clave para resistir», sostiene.
Admite, en todo caso, que en el Melide juegan también a favor la trayectoria y la querencia de muchos por la tradición. «Atiendo a clientes que quieren tomar el vermú en vaso de tubo», explica divertido aclarando que sin perder la esencia del local, sí trata de añadir algo de juventud, algo a lo que también ayuda la edad de los camareros. «Lo bueno es que aquí tanto se juntan señores de 90 años como familias. De hecho, se suceden las generaciones», valora. No niega tampoco el atractivo de las tapas, con desayunos generosos que no excluyen tortilla, o torreznos como pincho estrella en las tardes. «Fue una idea de mi padre y no hay día en que no se vacíe la bandeja», comenta con orgullo. Su buena ubicación, cercano a sedes de la Xunta y al estadio del Compos, también influye. «Antes del covid, aquí se podían llegar a juntar 70 aficionados. Yo mismo fui seguidor. Tengo viajado mucho con gente del barrio en la peña Vendaval Suso Moure», rememora con nostalgia. En pleno final del Camino, el bar se convirtió además en el último alto para muchos peregrinos. «Solo me falta recibir la licencia para poder abrir aquí al lado un albergue», avanza sin descanso quien reparte su vida entre Santiago -la casa familiar está encima del local, en el que también trabaja su pareja- y Arzúa.
Es en esta segunda localidad (y tras un primer destino en Valdeorras) donde ejerce desde hace 16 años su otra vocación, la de ser bombero, un trabajo que al incluir cuatro días de libranza puede compatibilizar con el bar. Con templanza -«con el traje puesto me transformo y soy muy tranquilo»- se enfrenta a infinitas situaciones de riesgo. Sin embargo, el cabo no duda a la hora de citar su episodio más duro. «Sucedió aún este abril. Fue la pérdida de un compañero, un amigo. Yo estaba presente», destaca con emoción sobre la repentina muerte de su sargento. «Venía en el camión de atrás. Nos llamó, bajamos, y me puse a hablar con él. Cuando volví la vista, ya se había derrumbado tras un infarto», lamenta. «Es algo de lo que me acuerdo todos, todos los días», añade.
De nuevo optimista, regresa al local, donde hizo también muchos amigos con los que comparte pasiones como la de ir a pescar. Agradecido, ve en ellos su gran motivación: «Creo que los clientes que mantuvieron a estos bares de barrio van a seguir».