Dinamarca

Cristóbal Ramírez

SANTIAGO CIUDAD

24 ago 2020 . Actualizado a las 08:39 h.

Me cuesta decir que Dinamarca se equivoca. Por mera adoración hacia ese país que conocí en 1974 y al que vuelvo recurrentemente, y al cual iba a regresar en octubre para dar conferencias en centros académicos. Allí el curso comenzó a principios de agosto, tras cinco semanas de vacaciones oficiales y sabiendo que las puertas de los colegios habrán que cerrarlas de vez en cuando.

Pero sí, me da la impresión de que Dinamarca se equivoca. Fue el primer país que en el 2008 echó sus cuentas, abrió un corto debate nacional y tomó una decisión drástica: la jubilación a los 67 años desde ahora mismo y punto. Porque en eso se basa el modelo nórdico: en tener los pies en el suelo, y si uno vive ahora mucho más que antes, y si además hay un sistema de salud que garantiza la asistencia, eso de prejubilarse con 52 (¡o menos!) es cosa de los latinos, que luego llaman a nuestras puertas pidiendo créditos blandos y subvenciones para salir de la crisis, sea bancaria o coronavírica.

Y ahora Dinamarca ha reculado y su primera ministra ha abierto otro debate: jubilarse a los 61. Porque quizás sumando y restando se llegue a la conclusión de que en ese pequeño país es posible. Y si es posible se debe a su muy alta productividad y a su muy escaso absentismo. A que los profesores no son funcionarios y a que pasan 37 horas y media en los centros a las órdenes de un director. A que quienes cobran en las autopistas no están viendo una película en su móvil. A que nadie llega al trabajo impuntual.

Lo que sí sé es que antes de abrir aquí un debate similar hay que producir y eliminar las prejubilaciones de oro. Que el dinero -o sea, la riqueza- no cae del cielo. Y eso no es culpa del tal Sánchez.