La maldición de los mejores locales de la movida compostelana

Juan María Capeáns Garrido
JUan Capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

Los bajos que ocuparon en los años 80 y 90 el Número K, La Bolera, el Dúplex o La Catedral están sin actividad

17 jul 2020 . Actualizado a las 19:31 h.

Son pura arqueología nocturna, nostalgia hecha de pladur, decibelios silenciados, túneles del tiempo tan largos como los vasos de tubo, tan fugaces como sus tragos. Los mejores locales de la movida de los 80 y 90, y ya llovió en Compostela, están cerrados y son el vestigio de lo que fue una de las noches más locas de España. Maldita la gracia que le hará a los actuales dueños de los bajos, pero sí, que sepan que son propietarios de las mejores grandes superficies de ocio que abrieron nunca en Santiago.

Algunos vivieron segundas oportunidades, aunque ninguno volvió a recuperar el pulso ni pudo defender el mito de unos nombres que salían de carrerilla, cuando no constituían una ruta por horas. A lo mejor el Número K, Nao Berlín, Dúplex, La Catedral o La Bolera no fueron los favoritos, pero sí los pubs más grandes y modernos, los que marcaban el ritmo con distintos estilos y que ocupaban las franjas horarias más golosas.

Los andamios del Número K habría que subastarlos en Sotheby's

Como ya lo dijo José Luis Losa en las páginas de La Voz no hay que insistir mucho más: «Los andamios del Número K habría que subastarlos en Sotheby's». Hay auténticas tesis -María Fidalgo escribió un amplio artículo que se puede consultar en la Red- sobre el audaz pub que abrió Miguel López Lamas a principios de los 80 y que cerró sus puertas en el 87, siendo reemplazado después por proyectos menores que perdieron cualquier atisbo de modernidad.

La manada buena del Dúplex

El relevo natural fue el Dúplex, menos sofisticado pero mucho más útil para los objetivos de la manada, esa palabra que hay rehabilitar para referirse a las cosas buenas como las que pasaban en el local que gestionaban con admirable seriedad para la época Antonio y José Sánchez Carro. Tenía dos alturas y barras largas para abrevar a cientos de jóvenes que cada noche se arrimaban a partir de la una de la madrugada certificando que aquella salida no iba a ser «de tranquis». Tuvo una etapa final en otras manos que ya no estuvo a la altura de los fiestones que obligaban a abrir sus cuatrocientos metros cuadrados de miércoles a sábado, y ya en este milenio fue una juguetería que claudicó meses atrás. En realidad siempre lo fue.

Enfrente, en buena vecindad, estaba La Catedral, que competía en otra liga. Luis Ferradás ponía música española del gusto de los jóvenes maduros que empezaban a trabajar y de los primeros xunteiros, una especie que se extinguió de la noche, que pagó sus últimas rondas en pesetas y que ahora se encamina a una gloriosa jubilación en euros.

ALVARO BALLESTEROS

Un pub pijo sin portero

La Bolera, el otro local gamberro de la zona, puede presumir de haber sido uno de los pubs más pijos de Galicia sin necesidad de recurrir a un portero para elegir quién entraba o no. Pasabas por elección natural y acababas siendo amigo de Carlos Landín, que una noche de 1982 se metió en la barra para echarle una mano a su hermano Álvaro con el lavavajillas y ya no salió de allí hasta el 2004, cuando puso fin a una aventura que dejó huérfanos a los compostelanos de pedigrí. Nunca más volvieron a encontrar un lugar en la ciudad en el que contarse sus cosas.