Rodrigo Riveiro empezó a trabajar con loza cuando se le resbaló fregando una pieza de su suegra
12 nov 2019 . Actualizado a las 15:29 h.De un pequeño desastre doméstico pueden salir cosas maravillosas. La muestra está en Rodrigo Riveiro, quien se abrió un nuevo camino en la artesanía cuando fregando en casa los platos rompió una pieza que pertenecía a su suegra, con motivos en azul cobalto. Formado en la escuela de arte y diseño Mestre Mateo, cuenta que cuando cogió la escoba y el recogedor, dispuesto a tirar a la basura los trozos, reparó «nun cunha casiña no fondo da campiña. En canto o vin, pensei en facer algo con el, pero na escola non me ensinaron a romper pratos e non sabía sequera a diferenza entre a porcelana e a louza». Después de mucha indagación en su taller, acabó haciendo un colgante engarzado que regaló a su pareja, Amaia, para compensar la pérdida. «Logo fixen outro para a sogra», apunta el teense de 37 años. «Foi o prato que máis aproveitei, sen dúbida», continúa, pues de él salieron más de media docena de joyas, entre pendientes, anillos y collares. En el momento en el que decidió mostrarlos en una feria, no pasaron desapercibidos. Así, desde hace un lustro, se dedica a dar una nueva oportunidad a la loza vieja o rota de otros, para convertirla en objetos únicos y de gran valor sentimental. «Teño un montón de encargos», reconoce el propietario del taller Ferraxe de Prata. «Agora vou polos anticuarios e feiras en busca de louza, pero o máis agradecido é cando ma traen, porque sempre ten unha historia detrás, incluso cando se trata de pezas que non son antigas». Rodrigo tanto recicla un recuerdo a partir de la taza con la que uno desayunaba de niño como de una ensaladera de la Cartuja de más de 100 años. Esta última, convertida en colgante, se mostraba ayer en la Feira de Artesanía del San Martiño, así como otra salida de un tazón de vino que apareció en la casa vieja de su tía Fina. Ganador del Premio Artesanía de Galicia en el 2017 con su collar A cunca en minifundio, sus inicios fueron trabajando la madera y plata. Su primera colección es una de broches que reproducen aperos de labranza a pequeña escala: «Empecei de tontería facendo un fouciño e un sacho. O prateiro co que traballaba, Alejandro de Agalex, veume o pin e comproume a serie antes sequera de facer o resto das pezas». El artesano a punto estuvo de tirar la toalla y dedicarse definitivamente al mundo audiovisual, hasta que se dio a conocer por su curiosa forma de reinventar la loza.
Cónclave heladero
El grupo 20 Bajo Cero, que aglutina a los veinte heladeros artesanos más influyentes del país se dio cita en Compostela, donde se celebró un foro en el que abordaron algunos de los retos que afectan al sector. Con la heladera cruceña Brígida Hermida (de Xearte Brigitte) como anfitriona, el programa incluyó reuniones y visitas. «No tenemos más que palabras positivas de Santiago, que nos ha acogido magníficamente y todo ha salido de maravilla», aseguró Mario Masiá, uno de los fundadores del grupo, unido por su interés por impulsar la investigación y la aplicación de las nuevas tendencias a la heladería artesana. ¡Quién sabe si de un foro inspirador como el compostelano saldrá la nueva revolución de la repostería artesanal!.
Postales desde el hospital
Un dibujo es, en algunos casos, la mayor muestra de cariño por parte de un niño. Y ni qué decir tiene cuando el artista es un menor del Aula Hospitalaria del CHUS. Esas pequeñas obras de arte, de inmenso valor, forman parte de una exposición que exhibe la galería Sargadelos de Santiago hasta el día 10 de diciembre, junto con postales de otros pintores profesionales que han colaborado en la iniciativa benéfica. Las ventas irán a parar a la Obra Social Pediatría, que trabaja para hacer la estancia de los niños ingresados lo más llevadera posible. Compostela Ilustrada, El Patito Editorial y Gemma Sesar colaboran en esta iniciativa. En ella han participado activamente impartiendo talleres de dibujo a los pequeños Joaquín González Dorao y Ana Frazao, que más allá de la técnica han regalado una cura de evasión, donde los enfermos pudieron olvidarse por un momento de dónde están y sentirse solo niños con un pincel en la mano.
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