Carme Seoane: «Hai cans que son tiranos co dono, pero o amor é moito máis forte»

Juan María Capeáns Garrido
juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

La conexión con los animales y la empatía con las personas, claves de su profesión

18 dic 2018 . Actualizado a las 13:34 h.

Carme Seoane necesita siete minutos para trasladarse en bicicleta desde su clínica veterinaria, en el Restollal, hasta su casa familiar, en la esquina de Carretas y Hortas, donde quiere hacerse la fotografía. Entra en el Hostal dos Reis Católicos saludando a diestro y siniestro, porque el Obradoiro fue su patio de recreo, donde aprendió a pedalear. Antes de sentarse en la cafetería del antiguo hospital y permitir que el periodista la diseccione, se preocupa por los dos gatos que ha operado a primera hora de la mañana, uno con un problema hepático y otro con dificultades oculares. «Xa están espertando, foi todo ben», dice con un optimismo contagioso.

Nervio y pasión son dos palabras que la definen de un vistazo. Le gusta la acción, aplicar sus conocimientos y decidir sobre la marcha. «Teño que ser moi creativa», asegura refiriéndose a los retos médicos de cada caso que llega a la clínica. Advierte que no es ninguna «radical» de los animales, pero defiende con firmeza sus derechos y cree que los humanos nos sobrevaloramos con respecto a ellos, y que históricamente hemos tenido comportamientos faltos de compasión, pero es consciente de que cuando se abren las puertas de un negocio (es propietaria de la clínica Can Cat desde hace diez años) «hai que ter en conta os animais e a ciencia, pero tamén as persoas».

Carme ha tenido tres perras desde los 18 años, pero «dous morreron de velliñas». De pequeña se encariñaba con las mascotas de los vecinos y le faltaba tiempo para ir a ver a sus padrinos a Galeras, que tenían «unha cadeliña». Su auténtica fortuna ha sido conseguir trabajar con unos seres para los que tiene un don, «a conexión».

Preguntarle si prefiere tratar con los perros o los gatos es como elegir «entre papá ou mamá», y asegura que en la clínica intenta generar un buen ambiente, transparente, «achegando toda a información posible», siendo consciente de que las noticias no siempre son buenas. «Por fortuna existe a eutanasia. É unha decisión moi dura, pero tamén é un acto de amor que ten que tomar o dono desde o corazón».

Trabaja de lunes a sábado por la tarde, «é moi duro», y también atiende las urgencias, una vida que requiere una constancia que contrasta con otras decisiones en las que se aferra a la «pura improvisación». Es muy observadora, y en sus dos décadas como profesional -diez años en Ávila por cuenta ajena y otros diez en Compostela como empresaria- se ha dado cuenta de que no cuida más a sus mascotas el que más tiene. Sin ánimo de generalizar, ha percibido que las personas con menos recursos son las que más esfuerzos hacen por sus animales «porque os senten como un máis da familia», y relata algún caso llamativo de gente que hace todo lo que está en su mano por mejorar la calidad de vida de su mascota. También ve muchos casos singulares y simpáticos, que va apuntando en una libreta y que le sirve para darle ligereza a una profesión en la que también se sufre mucho cuando los clientes toman determinadas decisiones.

Por la puerta entran casos complejos, relaciones entre dueño y animal que no son del todo idílicas y tensiones que también tratan de resolver. «Hai cans que son moi tiranos cos donos, que non teñen feeling, pero o amor é moito máis forte e sempre acaban coidando moi ben deles». Una clínica, admite, no deja de ser una pequeña «burbulla» de la realidad, porque a los clientes se les presupone una preocupación. Antes de venir a Santiago, pensó durante algún tiempo que Galicia no era el lugar adecuado para montar el negocio porque había menos sensibilidad hacia las mascotas: «Estaba equivocada».

«Tiña unha morriña enfermiza por Santiago»

 

 

Carme Seoane se marchó de Santiago a Lugo a estudiar Veterinaria al cumplir los 18. Al acabar la carrera inició un periplo que la llevó por Alicante, Valladolid y Ávila, donde trabajaba de lunes a domingo y acumulaba todas las horas y días posibles para regresar a casa. «Tiña unha morriña enfermiza por Santiago, pero recoñezo que, se non marcho, tal como son eu, tamén acabaría queimada». Ahora está más tranquila y ya no se emociona «ao escoitar unha gaita», comenta con miedo a no ser comprendida por su interlocutor: «Nunca viviches fóra de Galicia, non?», pregunta con complicidad antes de lanzarse a describir la calidad de vida de la que disfruta ahora. «Que ben se vive aquí...».

Su dinamismo le permite compatibilizar la atención a su familia, sus tres visitas semanales a la piscina para practicar la natación, su pasión por la bicicleta, por conducir y por el jazz, y también tiene tiempo para grabar vídeos con consejos que cuelga en las redes sociales. Y siempre deja un hueco «para aburrirme. Ás veces precisas deses momentos para pensar ben as cousas».

También tiene espíritu combativo. Hace cinco años se empeñó en conseguir que el transporte público de Santiago aceptase la presencia de animales de compañía, y lo consiguió, al menos para los de pequeño tamaño, pero cree que se trata de una victoria relativa si se compara con la aceptación que ya existe en otros lugares de Europa, en los que la presencia de mascotas en todo tipo de espacios públicos está asumida socialmente.

Hablar con Carme sin poseer una mascota propia tiene un peligro. En cinco minutos es capaz de convencer al más escéptico. «Tes que ter unha cadela. Vas pasear moito máis, vas baixar a tensión arterial e estarás máis relaxado, isto é ciencia. E serás máis feliz», añade. Ella parece que lo es.