Antonio Rial: «El nivel de autoexigencia de la universidad tiene que ser mayor»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

LUCÍA JUNQUERA

Estaba casi convencido de estudiar Derecho, pero el azar lo llevó a su vocación

13 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Nombre. Antonio Rial Boubeta (Cangas, 1970).

Profesión. Profesor de la USC.

Rincón elegido. Las escaleras del campus «representan muchísimas cosas, recuerdo el día que hice el último examen de carrera, hace 25 años, y nos hicimos una foto en esta balconada».

Nacido en Cangas en 1970, su padre era marinero «y crio a sus hijos por fascículos, cada cinco meses pasaba uno en casa», dice Antonio Rial Boubeta. Su madre se dedicaba a las tareas del hogar, «y hacía de madre, de padre y de todo». No solo presume de progenitores sino también de hermano mayor, un ejemplo para él y además «la eminencia de la parroquia». De ahí el disgusto cuando el estudiante que era la referencia del pueblo decidió estudiar Filosofía. Antonio, que venía detrás y quería estudiar Psicología, se veía en la obligación de optar por Derecho o Medicina para compensar, «y ya iba medio convencido, pero hay azares caprichosos y el día que fui a matricularme me dijeron que tenía que esperar a que corrieran las listas, así que en lugar de esperar volví a casa matriculado en Psicología», cuenta.

Fue ahí cuando comenzó su vida en Santiago, hace ya treinta años. Vivía con su hermano y otros compañeros en la rúa Nova de Abaixo, en una época en la que 35.000 universitarios pululaban por la ciudad «y los jueves se multiplicaban, porque al piso venían amigos y no tan amigos para ir de fiesta». Rial, que realiza investigaciones sobre menores y comportamientos conflictivos, asegura que lo de ahora «no es nuevo». Aunque sí ha cambiado cierta actitud en la juventud, admite. «Yo me crie en la cultura del esfuerzo, así que ibas a estudiar a Santiago y si no funcionaba al año siguiente regresabas a casa». Añora ese pensamiento, por lo que siempre le dice a su hija, «ya que vas a clase, atiende y entiende para aprovechar el tiempo». Cuenta este profesor universitario que en su caso le valió mucho que su compañero de habitación estudiase Derecho, porque adquirió sus hábitos de estudio y lo que al futuro abogado le sirvió para ir sacando la carrera, a Rial para obtener sobresalientes y matrículas.

«Me marqué unos objetivos y me organizaba, igual no es tan aleatorio que después comenzase a trabajar en el departamento de metodología», apunta. También aprovechó sus oportunidades. En primero un profesor les habló de unas becas de colaboración en cuarto de carrera, «y pensé, voy a intentarlo». Del plantel docente recuerda a uno que marcó su trayectoria, Jorge Sobral, «una de las personas más sabias que he conocido en todos los sentidos», y a su compañero y amigo Jesús Varela Mallou, director del grupo de investigación de psicología del consumidor.

Y es que Rial Boubeta defiende una universidad cercana a la sociedad y a sus problemas, ««primero por una cuestión de supervivencia y después por otra de valores. La universidad tiene que estar conectada con la realidad social, no es un monasterio al que van los copistas para conservar el saber». Y en este sentido es muy crítico con la institución en la que trabaja. «El nivel de exigencia y autoexigencia dentro de la universidad tiene que se mayor, se necesita una actitud inquieta, autocrítica y de reciclaje permanente».

Pese a ser crítico tiene muy claro que este es su sitio. Ni siquiera cedió a la tentación de irse como director de márketing de Adolfo Domínguez cuando se lo ofrecieron allá por 1999. «Eran dos estilos de vida diferentes, y para mí calidad de vida es esto». No solo calidad, sino aportar un grano de arena a los más de quinientos años de historia de la Universidade de Santiago. De ahí que la elección de su rincón sea muy clara, las escaleras de la Alameda, con la vista del Campus Vida a su espalda. «Ves historia, solera, es algo que realmente impresiona. Tenemos en la universidad algo de muchísimo valor y es emocionante subirse a este carro, y aportar algo humildemente», concluye.

«No sé si es por mí, que envejezco, pero tengo añoranza de la vida cultural de los noventa»

 

 

Como le ocurrió a tantos, en estos treinta años de vida en Santiago tuvo que tomar la decisión de irse a vivir fuera de la ciudad. Así que oficialmente es vecino de O Milladoiro pese a las horas que pasa en la capital de Galicia. Admite que los centros comerciales también son una solución para los problemas de tráfico y vivienda de la ciudad, pero la zona histórica sigue siendo para él el polo de atracción de Compostela. «Es un tópico pero cada piedra tiene un encanto, un misterio y un significado». Santiago, apunta, está lleno de simbolismo «y su carácter universitario convierte a la urbe en una ciudad joven e inmortal por su historia. Eso sí, no sé si es por mí, porque envejezco, pero tengo cierta añoranza de la vida cultural de los años noventa en Santiago».

Dentro del grupo de investigación de psicología del consumidor realiza muchos trabajos sobre menores y adicciones, entre ellas el alcohol. Y eso que, recuerda con ironía, «empecé en el lado oscuro, con un trabajo para orientar cómo debería ser la publicidad de marcas como Beefeater o Ballantines». De los jóvenes, dice, quizás ahora son más apáticos, «pero lo que han cambiado no son los adolescentes, sino los padres. El problema de los jóvenes es esta nueva generación de padres que estamos un poco atrofiados».

Facultad de nivel

Otro de los motivos de orgullo de este cangués afincado en Santiago es su facultad, que hace treinta años tenía una pésima imagen de marca, y ahora cuenta con «compañeros que son referencia internacional. Hoy en día creo que podemos estar orgullosos porque en muchas áreas tenemos a investigadores cuyo prestigio trasciende Galicia y España».