Las otras pintadas del casco histórico

Patricia Calveiro Iglesias
P. Calveiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

No han generado el revuelo de Praterías, pero atestiguan que prodiga el incivismo

12 ago 2018 . Actualizado a las 21:09 h.

La imagen de la figura apostólica de Praterías convertida en Eric Singer, batería de Kiss, por obra y gracia de un rotulador azul de propietario desconocido, ha dado la vuelta a España. La pintada que dañó la escultura del siglo XII de la fachada catedralicia ha escandalizado a medio país y, aunque el lugar elegido es sangrante, no es la única del casco histórico. Las hay sobre estatuas, sobre la mismísima plaza del Obradoiro, en edificios con más de 200 años de historia y otros rincones de la zona monumental, un conjunto patrimonial reconocido por la Unesco en la declaración de la ciudad como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1985.

En el centro del Obradoiro, en una de las losas que conforman el pavimento de un punto neurálgico de la ciudad histórica, se puede leer la palabra «molas», escrita con letras mayúsculas en negro y rodeada por un rectángulo. ¿Firma de grafitero o la expresión de una persona admirada por la belleza de la plaza? Sea cual sea la respuesta, atestigua que prodiga el incivismo, entre otros muchos ejemplos que están a pocos metros de allí.

Los peces que se reproducen por decenas de rincones de Compostela han nadado hasta el edificio construido por los jesuitas en el siglo XVII que pasó a ser capilla de la Universidade cuando la orden fue expulsada de España. En la construcción que hoy se utiliza como sala de exposiciones y sede de la Orquestra Universitaria, un grafitero (los rumores dicen que procede del sur y se ha obsesionado con la idea de humedad desde su llegada a Santiago) escogió un lugar relativamente discreto, cara Mazarelos.

En el centro de esa plaza, tampoco se escapa de las pintadas la figura que Benlliure concibió del político y jurista Montero Ríos. La estatua del liberal que el alcalde Blanco Rivero quiso que presidiese el Obradoiro durante doce años (entre 1916 y 1928), luce en su espalda un símbolo feminista en color violeta y la palabra «Proof» en la placa frontal, que bien pudiera ser un homenaje al rapero estadounidense, una referencia al título original de la película La verdad oculta, o prueba de donde le lleve a uno la imaginación.

Menos fantasía se le puede echar a los trazos azules que hay en la Facultade de Xeografía e Historia, un edificio neoclásico levantado entre 1769 y 1805, en el muro que da a la Travesía da Universidade. En Medicina, el busto de Roberto Nóvoa Santos emplazado en el descanso de la escalinata central esconde también un grafiti. El rastro del espray llega hasta el elemento que sirve de soporte a la obra en bronce que en 1961 hizo Francisco Asorey, hallada en una inspección del cuarto de calderas del Clínico en 1975 e instalada luego en un emplazamiento privilegiado para honrar al patólogo de la USC que hizo historia en la medicina gallega.

Y los soportales de Correos, en la rúa do Franco con la Travesa de Fonseca, no se dan librado de las pintadas. Se borra una y aparece otra. De las reivindicativas ha pasado a las amorosas, con un corazón -de amantes ilegibles- en una columna de la antigua central de Telefónica.

Aunque, donde realmente crecen los grafitis como setas es ventanas, puertas y fachadas de locales comerciales que han pasado a mejor vida en el casco histórico, incrementando la sensación de abandono y desvirtuando el conjunto monumental. En el Preguntoiro, las rúas de Entremurallas, Altamira... Los callejones menos transitados e iluminados son diana fácil, hasta el punto de convertirse en una competición de firmas, que se solapan unas sobre otras.