Teresa Rodríguez Mayer: «No conocí a mi abuelo, pero tengo una pasión increíble por el azabache»

Raquel. C. Pérez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

LUCÍA JUNQUERA

Es la tercera generación de una prestigiosa familia de orfebres de Compostela

29 jul 2018 . Actualizado a las 03:28 h.

Desde hace tres décadas Teresa Rodríguez Mayer recibe a peregrinos y santiagueses en su tienda en la rúa Tránsito Quintana. Un pequeño local rebosante de figuras de azabache, rosarios de plata, pendientes, collares, pulseras, figuras del Apóstol y muchas conchas. «Tengo ochenta y tres años, y orgullosa estoy. Antes me comía uno. Estoy medio jubilada, pero no pienso en retirarme, los autónomos resistimos hasta el final», ríe.

El primer miembro de su familia que trabajó el azabache fue el abuelo de Teresa. «Se llamaba Enrique Mayer Castro, sus padres emigraron desde Alemania, pero él nació en Santiago, en el Preguntoiro», explica. «Yo no lo conocí, pero tengo una pasión increíble por el azabache».

Enrique Mayer trabajó como grabador de libros, hasta que la industria de la imprenta creció e hizo desaparecer su oficio. «También sabía tallar piedras preciosas, marfil o ámbar». Pero lo que verdaderamente lo hizo conocido en Compostela fue su taller de azabache. «Estaba en la plaza de la Quintana, bajo los soportales», recuerda Teresa. Allí tuteló a varios aprendices, uno de ellos su propio hijo y tío de Teresa, llamado Enrique como él.

Enrique heredó el taller y continuó trabajando hasta los 85 años. «También él tenía aprendices», señala Teresa, a quien le gustaba visitarlo, siendo pequeña, y seguir atenta sus manos mientras tallaba: «Me enseñó un poco a dibujar, pero nada más».

«Mi madre se llamaba Adela. Ella no se dedicó al azabache», aclara Teresa, «las mujeres no trabajaban, era la educación de entonces. Ella tocaba el piano. Mis abuelos tuvieron nueve hijos y todos ellos hacían algo artístico».

A Teresa, en cambio, sí le tocó trabajar, desde los dieciséis años, «en tiendas del gremio, de plata, joyas y así». Pero lo que le hubiese gustado de verdad sería «estudiar en la Escuela de Artes y Oficios». A pesar de ello terminaría ligada al oficio familiar. «Hace ahora treinta años que abrí la tienda, este mismo mes de julio». También aprendió a montar joyas: «Me gustan los pendientes grandes y los rosarios me chiflan, me dedico a arreglarlos».

La memoria de Teresa está repleta de información sobre la historia del azabache. «El mejor llegaba de las minas asturianas. En Santiago se empezó a tallar en el siglo XIII, en forma de concha, para los peregrinos. También se utilizaba para las cuentas de los rosarios», explica la artesana. La Catedral regalaba las piezas de azabache. «Eran obsequios para personas importantes del gobierno, nobles ¡e incluso reyes!».

El gremio de los azabacheros, dice Rodríguez Mayer, «era muy estricto». «Tenían que vender en la calle, frente a San Martín Pinario, porque si vendían en casa los podían multar -añade-; y además, si el material que utilizaban era de mala calidad, el gremio podía quemar las piezas».

Teresa llegó a tener varias tiendas. Al negocio familiar se sumaron dos de sus tres hijos, Amparo y Jaime. Uno de sus locales estaba en el Hostal dos Reis Católicos. «La reina siempre venía a vernos cuando estaban de visita. Una vez me compró un violoncelo de ámbar, se lo regaló al chelista Rostropovich, su músico preferido», cuenta. Hoy las tiendas de recuerdos son un duro competidor, y es más complicado mantener el negocio

«En el 2004 abrimos el Museo del Azabache. Alquilamos un bajo en la plaza de Cervantes y lo restauramos. El alquiler era de 450.000 pesetas al mes (2.704 euros), no conseguimos mantenerlo abierto y en el 2013 tuvimos que cerrarlo». Las autoridades, lamenta, nunca contribuyeron a sostenerlo: «Entraba mucha gente, mostrábamos el azabache sin trabajar, herramientas, piezas. Es una pena».

Saga familiar. Dos de los tres hijos de Teresa también trabajan con ella, atendiendo los locales donde venden azabache.

Museo del Azabache. En el 2004 la familia puso en marcha un centro dedicado al azabache, que cerró en el 2013 por falta de apoyos.