Nunca fue de cartón piedra

DENÍS E. F.

SANTIAGO CIUDAD

DENÍS E. F.

Lo bello no siempre es bonito. La Praza Roxa es bella como centro neurálgico y como el latir de un corazón joven

26 feb 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

La Galicia urbana se compone de zonas históricas y modernas por las que circulamos intermitentemente dependiendo de sus facilidades y carencias. Uno de los puntos de inflexión que nos lleva de lo contemporáneo a lo histórico es la ausencia de tráfico rodado, causa inequívoca de estrés y desasosiego.

Si atendemos solo a lo que muestran las guías del viajero, los habitantes de las áreas más concurridas, ensanches y barrios, podrían sentirse estigmatizados. Sin embargo, todo va cambiando y en buena parte de las zonas de expansión las aceras y los árboles ganan espacio al asfalto y la contaminación.

Lo bello no siempre es bonito. La Praza Roxa es bella como centro neurálgico y como el latir de un corazón joven. Pero, como gran parte de las plazas gestadas en los años sesenta y setenta, resultaba fría, como abocada a una desilusión paulatina. Para poder comprenderla habría que remontarse a sus albores, en 1960, cuando las casas de Ramírez acogieron a sus primeros moradores. Donde antes había leiras, se cimentaron unas viviendas sociales con un criterio urbanístico avanzado para su época, que evitaba la estrechez de ratonera y las alturas exageradas.

Bien es cierto que lo que ocurrió en Compostela en aquellos años, como en el resto del Estado, es estudiado hoy como una corriente constructora desmesurada debida a la necesidad de vivienda nueva, a causa del desplazamiento de la población del campo a la ciudad y adquirida con el ahorro trabajosamente obtenido en la emigración.

La plaza está irreconocible, ha sabido adaptarse a las necesidades y sigue creciendo humanamente. Su parque infantil y juvenil evolucionó, las plantas y árboles le han regalado vida, las aceras y terrazas frescura y sosiego, y el aparcamiento subterráneo de pago «facilita» a los conductores la parada. Gradualmente las fachadas se aíslan y pintan, las carpinterías de aluminio «de papel» se cambian, los tejados se vuelven a retejar, los portales, las escaleras y ascensores se rediseñan.

Todo a pedir de boca, pero seguramente los habitantes de los edificios que la rodean estarían a favor de unas políticas de rehabilitación de los ensanches más amplias, a las que pueda acceder un mayor número de colectivos vecinales.

Con todo esto, la vida en la Praza Roxa goza de un momento dulce. Ya no asiste a las manifestaciones estudiantiles, sino a las prisas mañaneras, a los juegos y parladoiros. Sus cinco arterias, Santo Domingo de la Calzada, República de El Salvador, San Pedro del Mezonzo, Frei Rosendo Salvado y Santiago del Estero, dibujan un pentagrama convergente en el suelo tan vivaz, por el día, como en décadas anteriores. La noche ha cambiado y el rebosar humano, como recuerdo agrio para algunos y dulce para otros, continúa en la retina.

Mil batallas amedrentadas ante un millón de besos; su diferente ritmo cardíaco, su piel seca o sudada, su sinfín de gestos desde el amanecer al ocaso. Por ti y en ti vivimos, ciudad abierta, rítmica y resonante.