Joaquín Sánchez Guillén: «La Universidade tenía muy buena fama, pero al principio la vida aquí nos costó»

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

SANDRA ALONSO

El catedrático de Física pasó por Harvard y la Academia Austríaca antes de llegar a la USC

08 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de llegar a Santiago en el año 1981 como catedrático de universidad, Joaquín Sánchez Guillén (Madrid, 1946) no había tenido ningún contacto con Galicia. Aterrizó con un currículo cargado y una trayectoria destacable que no hizo más que ampliar en la capital gallega. Estudió en el emblemático Instituto Ramiro de Maeztu de Madrid, y aunque no se conocieron en aquel momento, casi comparte aulas con quien luego sería un gran amigo y compañero, Carlos Pajares.

Decidió estudiar en Barcelona porque de esa forma era más sencillo simultanear Física y Filosofía. A la vocación por esta última lo guio uno de los grandes profesores del Maeztu, Mindán. Pero la física ya era su gran pasión. «Me di cuenta de que la filosofía tenía un límite natural y los problemas que me interesaban venían de la ciencia, en particular de la física y la matemática», cuenta Sánchez Guillén.

Su interés por la cuántica lo llevó a Zaragoza a hacer la tesis doctoral. Tenía buen expediente, «pero nunca fui carrerista, no perdía el tiempo con un mal profesor por una matrícula», explica. ¿Y por qué cuántica? «Porque era la frontera del conocimiento, lo nuevo y lo fundamental». Al finalizar su tesis se fue a Viena, a la Academia Austríaca de Ciencias, con una beca Fellow posdoctoral. Fueron años muy fructíferos en todos los sentidos, a nivel profesional, cultural, vital... Conoció a la que se convertiría en su mujer y trabajó con grandes físicos. Por ejemplo, con el nieto de Boltzmann, inventor de la entropía: «Se dice que Planck es el padre de la cuántica -señala Joaquín-, y en un libro que escribí añadí: ‘Es el padre, pero Boltzmann es la madre’».

Tras volver unos meses a Zaragoza se fue a Harvard con una beca Fulbright: «Estuve un año, trabajar allí era una maravilla, como para un pintor estar en el taller de Tiziano». Estableció colaboraciones y trabajó con grandes científicos, pero también tuvo claro que el ritmo de excelencia era incompatible con otro tipo de vida. «Vi que mis habilidades, plantearme problemas a largo plazo, eran incompatibles con ese estrés», añade.

Así que se presentó a las oposiciones a cátedra, en aquel caso aún nacionales, y logró plaza en Zaragoza. Estuvo solo tres años. Porque era una universidad -corría entonces el año 1978-, con catedráticos mayores y conservadores, «de hecho tuve alguna amenaza de expediente de la que me salvó Cabrera, el rector, que había estado picando piedra en el Valle de los Caídos», recuerda.

Por eso decidió venir a Galicia, una comunidad que siempre le cautivó. «Sobre todo me atrajo el empezar de cero en una universidad con mucha tradición y con un buen departamento de Química y Matemáticas», dice. Pajares había llegado un par de años antes y el rector, en aquel momento Suárez Núñez, «me convenció porque había apostado por hacer algo bueno con Física. Y lo cierto es que todos cumplieron».

En la USC encontró gente profesional, lúcida y seria. «Tuve estudiantes excelentes», cuenta. La Universidade tenía muy buena fama, «pero la vida al principio nos costó mucho por el cambio». Joaquín había pasado por Madrid, Barcelona, Viena, Harvard, y Santiago no era precisamente una gran ciudad. «Tenía su encanto, pero no tuve teléfono un par de años, saqué dinero de los ahorros para traerlo», recuerda. Solo tiene palabras de admiración para los doctorandos que salieron de sus aulas: Zas, Miramontes, Capeáns, Ramallo, Maldonado y tantos otros que, aunque prefiere mantenerse en segundo plano, seguro que han aprendido mucho de él.

Nombre. José Joaquín Sánchez Guillén.

Profesión. Catedrático emérito de Física.

Rincón elegido. Una de las sedes de la Facultade de Física y del Instituto Galego de Física de Altas Enerxías en el Monte da Condesa.

El primer correo electrónico que se envió desde Galicia se gestó en su centro

Tras más de 35 años en la Universidade de Santiago, Sánchez Guillén se siente orgulloso del trabajo bien hecho. En su departamento de física de partículas siempre tuvieron clara la importancia de apostar por proyectos internacionales de excelencia, como el CERN, así como por la ciencia experimental y de servicios.

Y cuando se le pregunta por qué la física es tan árida, dice con humor, «porque la vida es dura». Ya más en serio aclara que aunque el titular en ocasiones puede resultar sencillo al lector en áreas como la biología, prácticamente todas las ciencias son más áridas si se profundiza en ellas, «o si quieres entender más». Porque, recuerda, es difícil pero imprescindible mantener el equilibrio entre hacer algo atractivo para el lector, y no por ello sobresimplificarlo.

Una de las anécdotas más curiosas en la trayectoria de este físico es cómo se gestaron los primeros correos electrónicos que salieron de Galicia, que empezaron en su departamento. En un principio no eran exactamente correos electrónicos sino mensajes internos para los investigadores. Esta primera comunicación se envió desde el Rectorado al CERN, siendo rector Pajares. Era un texto florido, porque a Pajares le gustaba la literatura, y en el texto se pedía a Alfonso Vázquez Ramallo, ahora catedrático en la USC pero que entonces estaba en el CERN, que ratificase si lo había recibido». Y Ramallo contestó un escueto «sí», cuenta Sánchez Guillén entre risas.

No se olvida este catedrático del importante papel que tuvo un brillante físico con el que se relacionó cuando estuvo en Harvard, Orlando Álvarez, quien se convirtió en un visitante permanente de la USC y cuya ayuda fue clave para que ese primer Internet funcionase en la universidad.