Me alegro de verte, abuelo

DENÍS E. F.

SANTIAGO CIUDAD

DENÍS E. F.

La obra minimalista de Siza quiere, ante todo, evitar el enfrentamiento con su vecino, el conjunto de Bonaval

23 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La ligereza de todo espacio habitado depende de la interpretación que se le dé, no solo se halla en la armonía de las formas y colores, o en el estudio del vacío por parte de sus diseñadores o moradores. La ligereza convive por sí misma con el silencio o, en su defecto, con la levedad sonora que caracteriza a todo espacio racionalizado. Para muchos un lugar así es incómodo, frío, incluso aburrido; para otros, estos lugares representan la unión que predomina en los museos entre la arquitectura, el visitante y la obra.

Si queremos lograr que razón y sentimiento vayan a la par, el análisis constructivo del edificio debe ser transmitido y defendido. No todo vale. Sin criterio cada hecho arquitectónico sería simplemente una acción sin consecuencia. Nada más lejos de la realidad, puesto que toda acción conlleva cambios fácticos.

La construcción de nuevos edificios siempre genera una serie de diatribas imposibles de esquivar. En muchos casos nos sentimos jueces y verdugos ante determinados acontecimientos urbanísticos, porque nuestro compromiso con la sociedad demanda atención y palabra. Si no somos capaces de pararnos a recapitular y comparar, seguramente nuestra voz enfatizará aquello que nos parece más acertado, aunque no sea lo mejor.

El Centro Galego de Arte Contemporánea (CGAC) aún sigue creando diferencias de opinión entre nosotros. Diseñado por el arquitecto portugués Álvaro Siza a principios de los años 90, fue inaugurado en 1993 en un emplazamiento tan delicado como acertado. Vecino del Museo do Pobo Galego, construido por Domingo de Andrade, se ha convertido en una nueva ramificación histórica del conjunto barroco y, en consecuencia, de la misma zona histórica compostelana. La atemporalidad que caracteriza todo lo monumental sugiere que su estructura y disposición deben ser imperecederas, pero sería negligente pensar que el tiempo pasa en vano.

La obra minimalista de Siza quiere, ante todo, evitar el enfrentamiento con su vecino, es más, lo que realmente busca es crear un diálogo en el que la primera palabra siempre la tendrán los claroscuros cincelados del conjunto de Bonaval. Diálogo que se expresa en la plaza triangular creada entre ambos, gracias a la permanencia de esa casa humilde, resto del hospicio que ocupó el convento tras la desamortización.

Las dos estructuras graníticas cohabitan y se nutren respectivamente, al igual que lo hacen un tilo y una magnolia de raíces entrelazadas. Porque en realidad son dos acontecimientos de la naturaleza -humana- igual de relevantes, el antepasado parlamentando con el recién llegado acerca de la longevidad de su presencia. Será una historia digna de narrar, ambos son organismos sociales y nosotros sus órganos internos, los que aportamos oxígeno a cada sala, sonido a cada escalón y brisa a cada pasillo.