La institucionalidad malherida no favorece la seguridad capitalina

Xosé manuel cambeiro LA VOZ/ SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

ABRALDES

18 jun 2017 . Actualizado a las 10:43 h.

La okupación y desokupación de la vieja sede de Cantigas e Agarimos ha provocado un río de polémica en el que a veces se ha notado la falta de un sistema depurador como el de O Souto, que en paz esté. ¿Va dejando de hervir la olla? Toca bajar de esa cima que llaman acmé, amainar y soldar.

El alcalde estuvo en las fechas de autos en Raxoi, pero pudo haber estado en el estante de una barraca de feria a merced del mejor tirador. Alguna declaración que hizo como alcalde debió aguardar a efectuarla como ciudadano de a pie. Más allá del reguero polémico dejado por el caso okupa, hay un rasgo que debería mover a preocupación a los compostelanos: el bamboleo de la institución con el maremoto de fondo. Y en algo tan delicado como la seguridad de la capital de Galicia.

La Delegación de Goberno no le comunicó el acto del desalojo, con tapiado y cierre de calle, al gobierno municipal. Es de suponer que contó hasta diez al hacerlo. Arguyó que no era obligatorio. Vale. La objeción a este libre albedrío legal es que se trata de un acto de cortesía que solo se rompió con el actual alcalde.

En esta omisión sencillamente subyace una desconfianza que jaquea la institucionalidad y agrieta los eslabones de la seguridad integral de la ciudad. Desconfianza es un término desolador, inventado por el diablo, y no el cojuelo, para deshilar una maraña de colaboración. Si el jefe de la policía nacional, el Delegado del Gobierno, desconfía del jefe de la policía municipal, el alcalde de Santiago, la lógica invita a deducir que en más de un momento va a chirriar el buen discurso de la ciudad.

Si uno no pierde la conciencia ciudadana, se apercibirá enseguida de que esa desconexión institucional, en la capital de Galicia, no es la mejor baza para la sede capitalina, que exige a menudo la plena cooperación de los distintos servicios de seguridad. En especial los que encabezan Santiago Villanueva y Martiño Noriega, hoy en la explanada de OK Corral. Los mismos que comandan la Xunta Local de Seguridade.

Sensatez

En una ciudad en la que confluyen grandes eventos, nada hay más higiénico que una armonía política y policial. Podría ocurrir que el Delegado del Gobierno, en una determinada circunstancia, apelara al alcalde para el buen desenlace de la misión. La respuesta podría ser: «¿Por qué me llama ahora si desconfía de mí y me apartó de los cauces de la cortesía? Piérdase».

No va a suceder porque queda suficiente sensatez y bagaje institucional en ambos mandatarios para que no quiebre en ningún instante la seguridad de la capital de Galicia. Un ciudadano prudente no desea ligerezas ni perturbaciones. Reclama a sus políticos que sepan estrecharse la mano institucional. Las grietas nunca son aconsejables: si no se reparan, se agrandan.

La comunicación de la Delegación del Gobierno con los anteriores alcaldes (incluido Conde Roa), y la incomunicación con el actual, deja muy a la vista otro desnudo integral en las instituciones administrativas. El regidor, orillado, da la impresión de haber pasado a la categoría de clandestino, de okupa institucional en un Raxoi tapiado. En un furtivo cazando fuera de la finca acotada del establishment. Sus detractores le culpan de situarse él mismo en fuera de juego. Él lo niega. El hecho es que la escenografía es anómala. Sin jugar al béisbol con las razones o sinrazones, es una evidencia triste. Y la vida pública fluye, no hace falta que Heráclito lo recuerde.

¿Convocar la Xunta Local de Seguridade? Si se quiere una sesión tensa y bronca de cara a la galería, pues sí. Y mejor en la balconada. Más aconsejable es un contacto personal urgente que envíe las desconfianzas al trastero y normalice la institucionalidad. Una charla amigable, conciliatoria y sin chiquilladas. Las chiquilladas nacen en mentes chiquillas. Lo exige la seguridad, la extinción de rescoldos y el prestigio. Está en juego algo clave, hoy a tiro, como la visita real y un Consorcio bien dotado. Y eso, no. Si la mínima sintonía no es posible, apaga y vámonos. Se puede cuestionar y acusar, pero hay que arrancarle sin demora la moharra lesiva a la vara institucional.