Zapatones brinda ya con el Apóstol

Xosé M.Cambeiro SANTIAGO

SANTIAGO CIUDAD

El peregrino, fotografiado por turistas y famosos, falleció en Pontevedra

15 may 2015 . Actualizado a las 23:55 h.

Si en un país extranjero alguien le dice que ha estado en Santiago, y le enseña fotos, el rostro barbado y rojizo de Zapatones le sonreirá en primer plano. Miles de domicilios del mundo guardan en sus casas la imagen peregrina de este hombre, cuyo cuerpo custodia desde hoy en exclusiva un nicho de A Ponte do Porto (Camariñas). Su desvencijado cadáver, ajado en los últimos años por un cúmulo de dolencias e infortunios, apareció ayer en Pontevedra. 

En A Ponte do Porto estuvo la cuna natal de Juan Carlos Lema Balsas, a la que pronto relevó una cuna de la inclusa, como primeros brotes de una vida que sorteó duramente en sus años mozos. Pasó alguna temporada entre rejas por afanar en bolsillos ajenos. Un día se agenció una capa de peregrino, una boina y un bordón, y fijó sus reales en el Obradoiro

Cada día le apuntaban decenas de cámaras y, de cuando en cuando, caía alguna moneda en el cuenco de su mano. El xacobeo 1993 fue su primer gran reto y hasta la Xunta lo felicitó por su rol peregrino. «Pero Portomeñe abre poco la mano por los servicios», se quejó a este redactor.

Su trabajo de guía con los turistas y peregrinos se desdoblaba en dos rutas: la de los monumentos, voluntaria (a petición de los visitantes), y la de las tascas, obligada. Trasegaba con calma cerveza y comentaba que tenía «antioxidantes». 

Fotografiarse con Zapatones se convirtió en una tarea ordinaria para el peregrino, pero su capa no tardó en figurar en los encuadres fotográficos de grandes personajes, que a su vez le transmitieron los genes del famoseo a Zapatones. Pero no le sacaron de pobre. Los garbanzos los ganaba céntimo a céntimo ante las barbas del Apóstol y su capa fue perdiendo con los años color, hilachas y crédito. 

El rey Juan Carlos, que saludaba efusivamente a su tocayo cada vez que pisaba la plaza del Obradoiro, se fijó en que el atuendo peregrino estaba a punto de mudarse en el de un pordiosero. Llamó en un aparte a la ministra Pilar del Castillo, que entre otras cosas había inaugurado el nuevo Museo del Traje en Madrid, y le pidió que le comprasen una capa nueva a Zapatones. Una vez en el pazo de Raxoi (se celebraba una reunión del Real Patronato), el monarca mandó llamar a Zapatones y le entregó él mismo el obsequio. Luego se lo llevó a comer al «O 42» en el Franco. Este redactor le preguntó qué tal había almorzado. Fue escueto: «Comí bien».

«Zapatones nunca tivo moitos amigos», me dice Nacho Mirás, uno de los pocos que entraron en ese pequeño círculo. Estar en primera plana no le eximía de la soledad, que se le hacía insufrible en las Navidades. Un día, ya llovió lo suyo, Zapatones llegó a la Rúa do Vilar acompañado por cuatro hombres y una mujer: «Cambeiro, te presento a estos señores. Son los directores de las cinco prisiones de Galicia». No se lo rifaban para llevarlo a la cárcel. Los cinco hablaban entrañablemente de Juan Carlos Lema y algunos solían alojarlo en casa en Navidades.

Hospitalizado

Entre desahucios, períodos de desintoxicación alcohólica y accidentes (el más grave, un atropello en el 2013 que le postró muy descalabrado en una cama hospitalaria) discurrió la última etapa de Zapatones. El chef Rivera, de Padrón, lo mantuvo alojado desinteresadamente en su casa durante un año, hasta que hace un par de meses se esfumó. Pero el magnánimo peregrino ya mostraba al final un carácter huraño, según le contó ayer Rivera a la redactora Elisa Álvarez. Antes de Padrón, Zapatones moró un tiempo en la residencia Puentevea, en donde aseguran que se había recuperado bien del accidente.

En las últimas semanas dejó reposar sus maltrechos huesos en A Ponte do Porto, adonde lo llevó su hermano (igual que ayer, tras su óbito). Pero pronto tomó las de Villadiego: «Xa sabes como era», arguye el alcalde de Camariñas, Manuel Valeriano. Ayer retornó, pero para quedarse. El entierro es hoy a las 4. «Este home ten que ir ó ceo, porque o inferno viviuno na terra», dice Nacho Mirás. A ver cómo está su capa de peregrino.