Lo intentan todos los años, pero los nórdicos no pueden con las huestes que defienden As Torres
05 ago 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Una vez más lo intentaron. Los vikingos hicieron ayer lo imposible por conquistar las cristianas Torres do Oeste en Catoira, pero una vez más no pudieron con las huestes que las defendían. Y eso que los bárbaros llegaron bien pertrechados con cascos cornudos, espadas, mazos y unos rugidos que metían miedo. Pero tendrían que haber sabido que, como en la aldea gala de Astérix, en Catoira también hay poción mágica: los litros de vino tinto que desde la noche previa a la Romaría Vikinga reconfortan los cuerpos de los guerreros autóctonos. Y aunque los nórdicos tienen su diosa y su canto de guerra -«¡Úrsula, Úrsula!»- nada pueden hacer ante la embaucadora gaita gallega y la Rianxeira.
Así que el resultado estaba cantado, pero eso no era lo importante. La enjundia de la jornada está en la juerga que se traen unos y otros en una fiesta que sorprende a los turistas y que presume de ser de interés internacional. El secreto es que no hay romero que se acerque a Catoira que quede al margen del desembarco. Basta ponerse unos cuernos en la cabeza o hacer harapos con el abrigo de pieles de la abuela y uno se transforma en vikingo. Si lo sabrán los vecinos de Catoira, que son los protagonistas de la puesta en escena de las representaciones teatrales que todos los años acompañan a una romería que cumplió ayer 53 primeros domingos de agosto.
La historia como argumento
Por eso la espera del desembarco -los drakkar vikingos nunca llegan a la orilla del Ulla antes de la una de la tarde- resulta de lo más amena, con enormes zancudos que babean tintorro servido en cuernos y faquires que fuman antorchas. Todo muy Picapiedra. El resto del atrezo lo ponen los vecinos con sus representaciones teatrales, basadas casi siempre en aquellos acontecimientos históricos que colocaron a la pequeña Catoira en el mapa de los grandes acontecimientos turísticos del planeta: las fortalezas levantadas en la desembocadura del Ulla para repeler la llegada de bárbaros del norte ávidos de hacerse con los tesoros de la catedral de Santiago.
El desembarco
Y eso fue lo que un año más se rememoró ayer en Catoira. A la una de la tarde, dos drakkar y un galeón desembarcaron bajo un sol de justicia y los guerreros y guerreras vikingos la emprendieron a golpe de espada, mazo y hacha contra miles de cristianos en pantalón corto que los esperaban sin miedo. Al final, el vino tinto, las empanadas, el pan con pasas, el churrasco, el pulpo, las rosquillas y los más variados dulces los conquistaron. Pactado el armisticio, los guerreros reposaron a los pies de las centenarias torres. Como siempre, ganó Catoira.