El oscuro caso del crimen de la casa del cura de Cruces, en Padrón: diez años sin culpables

Uxía López Rodríguez
uxía lópez PADRÓN / LA VOZ

PADRÓN

María Soto Montero, asistenta en la casa rectoral, murió asfixiada por los asaltantes. En la foto, durante un acto religioso en Escravitude
María Soto Montero, asistenta en la casa rectoral, murió asfixiada por los asaltantes. En la foto, durante un acto religioso en Escravitude MERCE ARES

La asistenta de la rectoral murió asfixiada por los asaltantes, que propinaron una paliza al párroco. Las familias de las víctimas exigen que no se deje morir la investigación

15 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Diez años se cumplieron ayer del violento asalto a la casa rectoral de la parroquia de Cruces, en el municipio de Padrón, en el que mataron a la asistenta del cura y le dieron una paliza a este. María Soto Montero falleció esa noche, asfixiada, y Ramón Barral lo hizo en marzo de 2020, a causa del coronavirus, pero nadie se olvida de ellos. El santuario le dedicó a cada uno una misa en la novena de la Virgen de A Escravitude, celebrada el 8 de septiembre.

La parroquia no se olvida de ellos ni de la tragedia que vivieron aquel domingo 14 de septiembre, sobre todo porque, una década después, no se ha detenido a los responsables del asalto y, por tanto, de la muerte de María Soto, y muchos dudan de que se haga algún día. «Despois de dez anos sería unha sorte que se detivera aos culpables; oxalá pasara pero xa hai poucas esperanzas», opina una feligresa. 

Desde la Guardia Civil se limitan a declarar que la investigación sigue abierta y el hermano de María Soto, José, taxista jubilado de Santiago, reconoció ayer que «estamos cansados de preguntar polo tema, pero non sabemos nada». Explica que, en su día, contrató a un abogado para mover la investigación, pero «todo quedou en nada», se lamenta.

José Soto considera que, en este caso, «non se fixeron ben as cousas dende un principio» y pone como ejemplo la aparición del vehículo del párroco, que usaron los asaltantes para escapar de Cruces. Apareció días después estacionado en el lugar de Pontecesures, limítrofe con Padrón. «Alguén o deixou alí moi ben aparcadiño, aberto e sen chaves e ¿ninguén viu nada, non, se pregunta el pariente de la asistenta fallecida.

Habla de que «non me importa gastar o que sexa», para saber quien mató a su hermana, pero añade que «vexo todo tan escuro que case me parece imposible». Aun así, pide al Juzgado de Padrón y a la Guardia Civil que sigan investigando y buscando a los autores del asalto y que no dejen «morrer o caso. A miña ilusión é que dean con eles e saber quen foron», reconoce José Soto, de 81 años y jubilado desde hace cuatro.

«Véxome impotente para facer nada; fun ao Xulgado é a Garda Civil varias veces e non se sabe nada. É unha vergoña», añade el hermano de la fallecida, quien reconoce que le gustaría tener ayuda de alguien para tirar del caso y apunta directamente a la familia del párroco.

La hermana de este último, Gloria Barral, asegura que «me acordo del a todas horas e máis nestes días». Preguntada sobre el hecho de que se desconozca quienes fueron los tres individuos que entraron en la casa con la intención de robar y acabaron asfixiando a la asistenta, la hermana del cura es rotunda y asegura que su hermano reconoció a uno de ellos y así lo dijo. «Saben quen foi, pero tapan, non o queren facer público», dice sin querer entrar en más detalles.

La mujer recuerda perfectamente aquel domingo 14 de septiembre del 2014, cuando el cura pasó buena parte de la tarde en su casa. De vuelta en la rectoral, sobre las diez de la noche, Ramón Barral llamó a Gloria para contarle lo sucedido, tras lograr desatarse. En esa llamada ya le comentó que María Soto estaba fallecida. Gloria acudió de inmediato en auxilio de su hermano y, con su familia, fue la primera en llegar, lo que les valió una reprimenda de la Guardia Civil, tal y como recuerda aún hoy la mujer, que lamenta la muerte de María Soto, y la de su hermano en soledad a causa del coronavirus.

Un robo que acabó en tragedia, con la muerte por asfixia de la asistenta y la paliza al párroco

Fue el domingo 14 de septiembre de 2014, sobre las nueve de la noche, cuando tres individuos, dos a cara descubierta y otro encapuchado y armado con una pistola, llamaron a la puerta de la casa rectoral de Cruces, con la idea de robar, quizás creyendo que había dinero de los donativos de la festividad de la Virgen de A Escravitude, que se acaba de celebrar.

Lograron que la asistenta del párroco les abriera la puerta porque esgrimieron la excusa de que había un difunto en la parroquia. Ante robos anteriores e intentos, Ramón Barral, que entonces tenía 77 años, y María Soto, de 78 años, estaban desconfiados de las llamadas a esas horas, pero el aviso de un difunto funcionó y abrieron la puerta, para su desgracia porque el robo acabó en tragedia.

Así, los asaltantes pegaron, ataron y amordazaron al cura y a su asistenta, pero ella logró soltarse y gritar, y fue cuando le apretaron la mordaza hasta asfixiarla, tal y como confirmó la autopsia.

Semanas después fueron detenidas dos personas como presuntas autoras de los hechos, pero el Juzgado número dos de Padrón las dejó libres de cargos y sospechas en diciembre del 2015, cuando la jueza decretó el sobreseimiento provisional y el archivo de las actuaciones iniciadas. El año pasado trascendió, además, que el ADN hallado en la casa no es válido.

Del archivo del caso se lamentó ayer el hermano de María Soto, quien recordó que «era unha muller marabillosa con todos, ata cos veciños», aseguró José Soto. María llevaba 26 años trabajando en la casa del cura y en Cruces era una más de la parroquia.