Descubriendo los tesoros de Padrón que no aparecen en las guías

Cristóbal Ramírez

PADRÓN

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Hay varias esculturas que merecen una foto así como enclaves que merecen una parada

03 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Padrón tiene un magnífico casco histórico y un montón de secretos. Resulta evidente que el primero necesita un plan de avaloración, de remodelación respetuosa con el pasado y darle lustre. Quizás sea falta de dinero, o de ideas.

Los secretos están casi a la vista, con alguno oculto como es una reliquia de Santiago que se guarda fuera de la vista del público en la parroquial. Por supuesto, no se trata de los dos monumentos de O Espolón, el que recuerda a Camilo José Cela —con sus atributos masculinos posados en tierra— y el que recuerda a Rosalía de Castro, sino de pequeños tesoros que suelen pasar desapercibidos.

Para empezar, en Padrón hay varias esculturas que se merecen una foto. Si se llega por la carretera nacional se encontrará una sólida, bien proporcionada, dinámica, de un peregrino en medio de un pequeño jardín. Magnífica y que, desde luego, se merece estar en el Camino Portugués, no en medio del asfalto. Buena escultura, colocación mala. Si se procede de la AP-9, el excursionista se encontrará una de una pementeira, más ampulosa, más reciente, pero que refleja claramente el espíritu local, aderezado por el sabor de esos pimientos que ahora, pasado agosto, tienen tendencia a picar.

Muy cerca de esta última, medio escondida y pegada al edificio de los juzgados —edificio de 1914— se alza tímidamente la estatua, algo escondida y de muy bella factura, dedicada a los primeros médicos de cabecera que hubo en Padrón. Un gesto que honra a sus promotores, puesto que esos galenos hoy olvidados salvaron cientos o quizás miles de vidas. Y ya que el excursionista está ahí, que eche un vistazo al edificio de enfrente, que ahora acoge un negocio. Un estupendo palacete urbano con una puerta verde que en sí misma es un tesoro.

Ya metidos en el casco histórico, la recomendación es muy simple: pasear despacio. Porque si no se perderán edificios como el Palacio del Obispo de Quito, en la calle Dolores. O el propio de la Casa Consistorial. O la plazuela que acoge el busto de Manuel Baltar Santaló y la dos veces centenaria —¡Que se dice pronto! Los cumplió en el 2016— farmacia Baltar, que es en sí misma un museo, un retroceso a tiempos pasados.

Hay otros enclaves que no tienen tanta historia y sin duda son más prosaicos, pero se merecen una referencia. Por ejemplo, O Forno de Velo, donde es difícil decidirse si elegir algo dulce o algunos de los variados y magníficos panes (el personal, muy acogedor y agradable, por cierto). O A Palloza, una tienda muy acogedora y de diseño con productos de calidad.

Y así, obviando la rúa Pérsico donde un portal se salta la legalidad y exhibe un yugo y flechas propios de los represores que triunfaron en la guerra civil del 1936, se va a dar a la plaza donde se alza la estatua de Macías o Namorado, un trovador del siglo XIV que murió de un lanzazo. Es otro espacio donde lo que apetece es echar un vistazo a la librería que abre allí sus puertas y descansar en una terraza. Por lo general suele olvidarse ir más atrás de la estatua, donde el espacio se achica y da lugar a plazuela de Camilo José Cela, con una preciosa fuente.

De todo eso sabe mucho Manuel Garrido, que suele pasear por esas calles un día sí y otro también, recopilando material para otro de sus libros. Si hay buena suerte y se tropieza con él, la grata charla está garantizada. Desperdiciarla sería imperdonable.