Un político me decía el otro día que hay que aprender a convivir con los comentarios en las redes sociales como quien tiene que aprender a vivir con un problema médico. Como es más joven que yo, no sabe lo que uno lleva aguantado y lo que a uno le hierve la sangre cuando lee en una red que el Concello de Oroso iba a repartir mascarillas entre la población de riesgo y se encontraba con comentarios que poco menos que responsabilizaban al alcalde de la situación que todos -y por supuesto el firmante, que ha perdido para siempre a algún conocido- sufrimos. O con los no por reiterados menos alarmantes comentarios de ciudadanos que siguen pidiendo nombres -es posible que también prueba de sangre de castellano viejo u ocho apellidos gallegos puros- de infectados. O con el del ignorante que exige a ese mismo alcalde de Oroso que no se olvide de las parroquias, cuando el esfuerzo se está haciendo proporcionalmente por igual en el núcleo de Sigüeiro como en las aldeas, como no podría ser de otra manera. O como cuando resulta que la Xunta advierte que hay que indicar cuándo de una fuente gallega emana agua sin potabilizar y van los concejales orosinos a poner carteles a toda prisa para que ningún vecino se agarre una inoportuna diarrea en estos momentos y se meten con ellos, rematando con lindezas del estilo «se fixerades o que tedes que facer en vez de andar dando voltas por aí…».
Sí, hay que tener mucho aguante. Yo no lo tengo. Y se me revuelven las tripas cuando oigo que todas las opiniones son respetables. En absoluto. Todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión, sí, pero las barbaridades propias de quienes echan a pacer la lengua no son respetables. Son deleznables.