Bibliotecas

Cristóbal Ramírez

OROSO

17 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde luego, quien diga que andamos mal de bibliotecas escupe al cielo. Que venga al noreste de Inglaterra y recale en Bishop Auckland, ciudad de 24.000 habitantes. La de aquí está cerrada, y no lejos de ella abren las puertas dos tatuadores (el negocio de uno de ellos se llama Boys Don’t Cry, Los Chicos no Lloran, muy políticamente incorrecto hoy en día). Todo un síntoma, por cierto.

En Durham -la tercera universidad del país, después de Oxford y Cambridge- la biblioteca general presenta muy buen aspecto. Y la comparación parece inevitable. No con la estatal de Santiago, esas son palabras mayores, pero sí con la de Oroso (menos de 8.000 habitantes), en estos momentos patas para arriba porque se está transformando y ampliando. Así que la comparación va a ser con algo que ya no existe. En Durham la sección infantil es mucho más acogedora que la de Sigüeiro. Y punto final a las ventajas.

Porque en la parte baja -un semisótano escasamente acogedor y sin ventanas- se distribuye la zona de trabajo, de estudio, de ordenadores… y de patchwork o de lo que se tercie. Porque se desplazan mesas y con la algarabía propia hay eso, actividades culturales y de ocio. En Oroso ya antes había espacios cerrados y con mucha luz natural para llevar a cabo lo que procediera, desde clases de pintura a talleres de cocina infantil en Entroido. Y ahora, cuando termine su reconversión y cuente con auditorio, contará también con cosas como una zona de estudio abierta 24 horas. El resto se supone que seguirá cerrando a las 9.

Y por cierto, en Durham hay una pequeña legión de empleados. En Oroso, solo dos. Que le ganan a los británicos por goleada en amabilidad y disposición. Cousas da vida.