Acometiendo en Ordes la primera subida de la nueva Vía Verde

cristóbal ramírez SANTIAGO

ORDES

CRISTÓBAL RAMÍREZ

El lengüelle, inseparable compañero, forma meandros de gran belleza que quieren acompañar al caminante

21 may 2022 . Actualizado a las 22:37 h.

La vieja estación de Garga-Trasmonte es el punto de partida para continuar el recorrido por la Vía Verde Compostela-Tambre-Lengüelle. O sea, para continuar pisando el mismo lugar donde hasta no hace mucho había vías y travesaños y por los que marchaba el tren. En unas semanas tendrá lugar la inauguración oficial, y de hecho faltan algunos pequeños detalles —un toque de desperdicios aquí, un panel allá— si bien ya suman legión quienes se han lanzado a conocer ese itinerario con mucho encanto que comienza en Oroso (Santiago queda para la siguiente fase) y termina, por ahora, en Cerceda. Pero ojo: hay obras.

La vieja estación de Ordes-Pontraga —siguiente parada—, cerrada a cal y canto, va a ser recuperada. Y ello es una excelente noticia. Forma parte de un conjunto que también integran un magnífico depósito de agua (toda una obra de arte, teniendo en cuenta cuándo fue construido), zonas de descanso con mesas y bancos tanto a cubierto como sin protección ante el sol y la lluvia, y dos pequeños rockódromos.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Y así se echa a andar por la caja del ferrocarril, todo llano, sin subidas ni bajadas. Lo aprovechan amigos de la bicicleta en una dirección y en otra. Algún paseante, sobre todo acompañado de un perro. El río Lengüelle, como inseparable compañero, está a centenar y medio de metros a la izquierda, mientras el caminante pasa una zona de brañas que se extiende a la diestra, con pequeños charcos y agua estancada. Quedan a un nivel inferior, así que no dificultan el paso en absoluto.

Y si en kilómetros anteriores la Vía Verde marchaba por encima de un talud —otra obra de ingeniería— ahora es al contrario: está encajonada, a una respetable profundidad con relación a los bordes. Aunque apenas se nota, va describiendo una muy amplia curva a la derecha, con pequeña área de descanso incluida (una mesa, unos bancos, un panel y soportes para bicicletas) y al pasar por debajo del puente que permite el paso de una pista el excursionista está a la altura de la aldea de Liste, que se verá cuando se recorren doscientos metros más.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Y si a la izquierda queda un minúsculo valle formado por los aluviones del Lengüelle, al frente el territorio es bosque puro, y la presencia de los montes permite intuir que algo habrá que ascender, siempre con la corriente de agua como compañera.

En efecto, ahí, en Liste, se acaba el terreno liso y llano. Porque toca subir, y, durante tres centenares de metros, de manera acusada. O al menos de eso avisan las piernas, con el consejo obvio: si alguien empieza la etapa ahí debe ir despacio hasta que los músculos entren el calor.

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Esa subida se va a mantener durante varios kilómetros, sin interrupción, pero ya con pendientes muy moderadas. El Lengüelle se tiene siempre a la izquierda, si bien con tanta vuelta y reviravuelta que son consecuencia de los meandros va a dar la impresión de que en algún punto se abandona para siempre. Una y otra vez sorprende acercándose, recuperando el bosque de ribera muy delgado de especies autóctonas, espacio que a veces intenta invadir el omnipresente eucalipto.

En todo momento las barandillas de madera están muy bien integradas en el paisaje, y no se ha ahorrado material: son todo lo largas que tienen que ser para que el paseo sea seguro. Y es que originalmente la caja del tren se construyó en el límite del terraplén que va a dar al río, reforzando este para evitar descarrilamientos.

En conjunto fue una obra sobresaliente, máxime si se tiene en cuenta que la principal herramienta era pico y pala. Porque los taludes de hasta ocho metros que a una mano y otra va a dejar al peregrino dan idea de cuánto hubo que abrirse paso.